La obstinación de Piñera

21 de Mayo 2017 Columnas Noticias

A estas alturas, resulta inexplicable que la opinión pública deba enterarse de una sociedad de inversiones vinculada a Sebastián Piñera y a su familia a través de un “golpe” periodístico. En los hechos, eso fue lo que ocurrió esta semana: una investigación de Ciper dio cuenta de una nueva plataforma financiera, ubicada en las Islas Vírgenes Británicas, y que habría llegado a tener un capital autorizado de casi 103 millones de dólares. Dicha empresa -de la que el exmandatario fue director hasta 2009, siendo reemplazado después por uno de sus hijos-, terminó siendo según el reportaje la sociedad a través de la cual se adquirieron las acciones de la pesquera peruana Exalmar, una situación que tiene hoy a Sebastián Piñera sometido a los vaivenes de una arista judicial.

Frente a dicho antecedente, las preguntas que la opinión pública puede hacerse son obvias:¿Por qué después de todos los dolores de cabeza que el expresidente ha tenido en estos años con la administración de su patrimonio, todavía se expone a que los medios de comunicación puedan sorprender con aspectos aún no trasparentados? ¿Hay algo que impida saber de una vez por todas cuál es la real dimensión de su patrimonio personal y familiar? ¿Por qué una cuestión que parece tan elemental ha resultado por tanto tiempo tan complicada?

Sebastián Piñera sostiene que sus adversarios lo van a criticar igual, “haga lo que haga”. Es cierto. Pero también lo es que él facilita mucho las desconfianzas cuando tiene que salir a explicar una información hecha pública por un medio de comunicación y no por él mismo. Esta situación, el verse una y otra vez forzado a tener que responder a nuevos golpes periodísticos, lo dejan siempre sometido a una duda inevitable: ¿Qué más hay que saber? ¿Qué otros nuevos antecedentes van a ser conocidos mañana o pasado mañana por la opinión pública?

Puede que hasta el momento toda esta información entregada a cuenta gotas por el exmandatario no haya hecho mella en su respaldo electoral, pero es innegable que genera costos políticos. En primer lugar, ha impedido desactivar este flanco casi obsesivo, manteniendo los problemas asociados a la administración de su patrimonio como un inevitable centro de atención. Si Piñera de verdad busca que las propuestas programáticas sean el eje central de su posicionamiento, hasta ahora ha fracasado y en eso hay una responsabilidad propia innegable, ya que la imprecisión respecto a su riqueza entrega municiones a sus oponentes y alimenta la desconfianza general sin haber ninguna razón aparente. ¿O la hay?

Si efectivamente la hay, es mejor que se explicite de una vez, ya que va a ser muy difícil que sus adversarios y los medios de comunicación no la encuentren tarde o temprano. Si no hay nada que esconder, es necesario asumir que el diseño desplegado hasta ahora por el exmandatario para transparentar su patrimonio ha resultado, por lo menos, extrañamente confuso e insuficiente. En rigor, lo único que va a poder zafar a Sebastián Piñera y al país de esta agotadora teleserie, es que por fin se decida a contarle al país cuánto dinero tiene en realidad, dónde están todos y cada uno de sus activos, y quién va a empezar a administrarlos en serio de manera reservada a partir de ahora.

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