Excélsior

12 de Octubre 2016 Noticias

El 8 de julio de 1976, hace poco más de cuarenta años, se llevó a cabo en México uno de los actos más aberrantes de la historia de dicho país en contra de la libertad de prensa. El diario Excélsior, al mando del periodista Julio Scherer, fue intervenido por el Presidente de la época, Luis Echeverría, bajo el pretexto de que la cooperativa a la que representaba el grupo cercano al director del periódico no estaba siendo debidamente resguardada económica y políticamente.

Esta acción de Echeverría fue vista por el mundo entero como un “golpe” a la opinión libre y crítica, al tiempo que la justicia mexicana —que brilló por su ausencia— fue considerada apenas un anexo del Poder Ejecutivo. La democracia heredera de la Revolución Mexicana se ponía explícitamente en entredicho.

Utilizando géneros literarios distintos, este episodio fue narrado tanto por el escritor Vicente Leñero como por el historiador y novelista Héctor Aguilar Camín.

El primero relató en “Los Periodistas” la crónica de los eventos que desencadenaron en el golpe de Echeverría a través de una escritura mitad periodística, mitad novelística. Magistralmente construido el libro —escrito poco tiempo después de los acontecimientos— resume a cabalidad la difícil relación entre el poder político y la prensa, dando cuenta además de las infinitas traiciones y vueltas de carnero de los actores involucrados en la acción contra Excélsior.

Aguilar Camín, en tanto, narró el golpe de Echeverría en “La Guerra de Galio”, la novela que, sin duda, lo consagró como uno de los grandes exponentes de la literatura latinoamericana. El personaje “Octavio Sala” es el Julio Scherer de la historia real mientras que el diario La República hace las veces del Excélsior. Ambas obras están lejos de ser idénticas (de hecho, en “La Guerra de Galio”, tanto o más importantes son las historias paralelas que circundan el golpe de Echeverría), pero en ellas se aprecia el mismo dilema: cómo lograr una separación total entre los agentes del Estado y los que, ya sean periodistas o no, conciben su intervención en la prensa como un ejercicio de autonomía individual.

Ese mismo año de 1976, en Chile se vivían cosas aún peores. La prensa estaba silenciada y los partidos políticos no existían. En ambos países empero, la lucha parecía ser la misma: ya fuera para recobrar las “enseñanzas” de los revolucionarios mexicanos o para retornar a la tradición democrática que había hecho de Chile un referente en el continente, distintos grupos lograron en los dos casos articular un discurso antiautoritario que, con el tiempo, provocaría cambios significativos en la conformación y repartición del poder. La prensa al final de cuentas, sólo puede ser libre en un régimen democrático en que la crítica y la oposición son aceptadas y respetadas.

“La prensa sólo puede ser libre en un régimen democrático en que la crítica y la oposición son aceptadas y respetadas”.

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