El viaje como búsqueda

10 de Marzo 2016 Noticias

Facultad de Artes Liberales

Revista PM

Cuando llega el verano y con él la posibilidad de nuevos destinos, nos preguntamos qué tipo de viaje quisiéramos emprender. Existen viajes turísticos en los que todo está perfectamente organizado, aquellos que proveen la experiencia conceptual que se escoja: Buenos Aires de tango, safari en el Serengeti, o una exótica luna de miel en Bora Bora. Pero hay otros viajes que implican inseguridad, desconcierto y, por qué no decirlo, dolor.

Viajar ha sido, para la historia de la humanidad, la apertura a nuevos mundos y el encuentro con aventuras inimaginables. Desde Marco Polo, Cristóbal Colón hasta Gertrude Ederle, cruzando a nado el Canal de la Mancha, la experiencia del viaje ha implicado deseo, búsqueda, y un nutrido imaginario ante la obtención de las metas.

Para Campbell, mitólogo y estudioso de los símbolos, el viaje tiene dos momentos: la partida, que implica un retiro de la vida cotidiana, el instante en que el héroe se abre a las zonas en que se ubican las fuentes del poder (energía física, control mental, cuestionamiento vital) y, un segundo, que es la vuelta a casa o el regreso. En medio de estos estados se halla el viaje, el tiempo y espacio donde ocurre el transitar hacia las zonas más ocultas, incompletas y peligrosas del alma humana.

Hay un tipo de viaje que es generado por la literatura y que se encuentra a  lo largo del siglo XX, llamado novela de iniciación o relato de aprendizaje. Básicamente, la historia de un adolescente que sale de casa, o núcleo paterno,  hacia el mundo indómito y desconocido, para transformarse, finalmente, en un adulto.

Estas, novelas realistas, biográficas y existenciales, han sido consideradas lecturas esenciales por miles de lectores a lo largo de muchas décadas debido a que representan el romanticismo y rebeldía propia de la época adolescente y, sobre todo,  porque son parte de la educación sentimental y de la autoformación del hombre. En otras palabras, la muerte simbólica de los padres, permite que el héroe se desmarque de la tradición y crezca como parte de la generación que le toca vivir.  

Las lecturas de estas novelas construyen, legítimamente, la visión de sí mismo, la elaboración de la subjetividad y el replanteamiento sobre el contexto cultural del que se es parte.  El relato de formación es, en esencia, un campo exploratorio en el que el joven lector empatiza con su protagonista (que es también un joven héroe), en la identificación con los cambios, las decisiones tomadas y los ideales de búsqueda.

En todas ellas se repite un acto fundacional. El personaje, mediante una decisión libre, abandona el espacio familiar, conformándose un acto consciente de desarraigo y transgresión que irá forjando su identidad. Deja el espacio de seguridad e infancia  en busca de su propio orden valórico, haciéndose así parte activa de su propio devenir.

Durante mucho tiempo se pensó que la finalidad de este tipo de relato – desde una visión pragmática, por supuesto – era la integración del sujeto a su contexto social, es decir, un relato que orientara a las nuevas generaciones hacia el bien común y el orden público. Sin embargo, este término restaurativo no responde a un gran número de novelas, las cuales niegan el reintegro del héroe a la sociedad, pero a la vez amplían las reconfiguraciones de sujeto esperadas por sus lectores.

Siddhartha (1922) de Hermann Hesse, es un relato de formación que ha  marcado a miles de jóvenes. Para sus primeros lectores, representó la posibilidad de un hombre en paz y armonía luego de la Gran Guerra. Sin embargo, su gran masa lectora estuvo en la década del sesenta. La juventud hippie vio en el despojo material de este héroe, la razón de la existencia en sí misma. Siddhartha viaja durante años viviendo conscientemente las etapas de la existencia  humana, desligándose de afectos y materialidades, pudiendo retornar a casa (simbólicamente) cuando descubre lo que significa ser padre.

Sin embargo, muchos viajes no tienen regreso. Hay otros devenires para algunos héroes (o antihéroes), los cuales no responden a verdades sociales o epocales, sino a cuestionamientos abiertos sobre la desconcertante alma humana. Este camino de aciertos y errores, de ganancias y pérdidas para el personaje, también es una representación de los cambios políticos y económicos que marcaron la historia del siglo XX.

El guardián entre el centeno (1951) de J.D. Salinger,  nos cuenta la historia de un adolescente neoyorquino de familia acomodada que abandona sus estudios y familia para extraviarse en la ciudad. Sus necesidades emocionales y las preguntas ante la muerte y desaparición de sus seres queridos, lo llevan a un profundo descenso existencial, acompañado por el alcohol y las relaciones equívocas. El adolescente termina recluido en un psiquiátrico, lugar desde donde nos narra su viaje un año más tarde. Holden Caulfield es un caso de viaje sin retorno. Esta novela, representó la incredulidad y desconfianza de los jóvenes ante una sociedad norteamericana materialista y superflua. Holden es el outsider que se deslinda de la sociedad.

Sin embargo, creo que de una forma o de otra, el héroe siempre vive un regreso. Ya sea como el iluminado que proveerá el conocimiento adquirido a la sociedad – Prometeo o Ulises – o bien como un adulto perdido que nos lega el relato de su travesía (como Sin blanca, en París y Londres de George Orwell). De cualquier forma, el viaje siempre es peligroso. El él hay encuentros y desencuentros con nuestro pasado que nos ponen en permanente riesgo. Implica una tensión entre lo familiar y desconocido, una total vulnerabilidad. Según Heidegger, experiencia es aquello que nos adviene y nos transforma. Somos pasivos ante ella, la recibimos y nos modifica para siempre. Por esto, en un viaje el peligro es latente, no estamos preparados. Las situaciones límite se presentan y, como la espada de Damocles, ponen en entredicho nuestras creencias y nuestra moral, perfilándonos a lo que realmente siempre hemos sido.

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