El centro político

2 de Agosto 2017 Columnas

Cualquier definición sobre el centro político deberá considerar un aspecto que, a pesar de su obviedad, los analistas no siempre toman en cuenta: al igual que la izquierda y la derecha, el centro no es monolítico. En la historia de Chile han existido —y a veces coexistido— distintos tipos de centros, partiendo por el liberalismo secularizador de la segunda mitad del XIX, continuando por los grupos mesocráticos de la primera del XX y terminando con el centrismo de los democratacristianos de los años sesenta. Es decir, católicos y no católicos, izquierdas y derechas, prácticamente todos los sectores han comulgado con algún aspecto de lo que la historia y la politología llaman centro político.

Ahora bien, si éste es un concepto tan abarcador, ¿vale la pena continuar utilizándolo para definir tanto a un electorado específico como a una forma particular de hacer políticas públicas? ¿Por qué en cada elección los candidatos se vuelcan retórica y factualmente hacia él? Permítaseme algunas reflexiones que, quizás, ayuden a comprender el fenómeno.

En primer lugar, todos los denominados o autodenominados defensores del centro político concuerdan en que los extremos atentan contra la estabilidad del país. Por ello, sus posiciones suelen ser moderadas; no necesariamente reacias al cambio, pero sí contrarias a cualquier tipo de revolución. La llamada “Revolución en Libertad” de Eduardo Frei no fue, en ese sentido, tanto revolucionaria cuanto reformista. No por nada en 1967 la Democracia Cristiana proponía que “su” revolución se realizaba “dentro de la legalidad democrática, sin abusos, sin arbitrariedades, sin ahogar la libre expresión de ideologías espirituales y políticas”. Ello, claro está, en alusión no sólo a las dictaduras de derecha, sino a las revoluciones de signo marxista.

Dicho reformismo centrista se aprecia también en lo que podemos denominar como la “tradición liberal-conservadora” que se encuentra anclada en la conformación histórica del sistema político chileno. Por supuesto, desde el siglo XIX el régimen que nos gobierna ha cambiado significativamente. Sin embargo, un elemento se repite: la introducción gradual (conservadora) de leyes asociadas a una o más corrientes liberales, como la igualdad ante la ley o el sufragio universal para hombres y mujeres. Ambas cuestiones fueron defendidas por grupos de distinta índole política, y sin necesariamente caer en un discurso revolucionario.

El político de centro, en breve, combina tradiciones ideológicas que a primera vista podrían sonar antinómicas, pero que, no obstante, en la práctica no lo son tanto. ¿Por qué? Porque la política no es muy distinta al día a día: al final de cuentas, la certeza que entrega la idea de un cambio dentro de un contexto de continuidad es profundamente llamativa. Al parecer esta elección se definirá, como tantas otras veces, en la mitad de la cancha.

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