Estado y mercado

6 de Diciembre 2017 Columnas

Las voces que piden más o menos Estado, más o menos mercado suelen compartir —a pesar de sus diferencias ideológicas— una misma forma voluntarista de ver las cosas: en su pensar, el Estado y el mercado trabajan como entes cuya sola existencia es suficiente para darles o quitarles legitimidad. Se habla de ellos como si se tratara de entelequias y no como dos estructuras conformadas por seres humanos con intereses y objetivos concretos. Como es fácil advertirlo, esto puede nublar la comprensión de lo que entendemos por ambos conceptos.

Ya sea para enaltecerlo o denostarlo, en los años sesenta se hablaba del Estado en términos totalizantes. El Estado sacaría a los países tercermundistas del subdesarrollo; el Estado era el culpable de todos los males que azotaban al mundo occidental. Por supuesto, la cuestión no es tan simple ni lineal. Lo primero a tener en cuenta es que los Estados son construcciones históricas que no surgen de la nada ni actúan autónomamente de la sociedad. “Evocar a los Estados”, dice Annick Lempérière, “vale tanto como hablar, sin decirlo, de un amplio conjunto de fenómenos tales como los conflictos y debates políticos, la ciudadanía, las instituciones, la legalidad imperante, la cultura política, la identidad nacional”. Esto quiere decir que los Estados no se valen por sí mismos, sino que su actuar depende de quienes son parte de él. Así puede verse en estudios recientes sobre la formación de cuerpos burocráticos, en los que los individuos detrás de los Estados son tanto o más importantes que la separación teórica de los poderes o la creación de reparticiones públicas.

Algo parecido puede decirse del mercado. Por muy “invisible” que sea su funcionamiento, son personas de carne y hueso las que están detrás de su existencia. Las malas prácticas a las que desgraciadamente muchos se han acostumbrado no son culpa del mercado per se, sino de todos aquellos que prefieren hacerse trampa en el solitario y envenenar la transparencia con acciones ilegales. En ese sentido, no es efectivo que el mercado financiero se autorregule por sí solo. Por el contrario, requiere de una fiscalización constante que permita ponerse en el caso de que los individuos atenten contra la competencia y se rindan ante los monopolios.

Estado y mercado, entonces, no son tan diferentes y, de hecho, muchas veces pueden funcionar juntos. El propio Adam Smith comprendió esto cuando sostuvo que el Estado debía jugar un papel relativamente activo en la educación, a sabiendas de que el mercado no es suficiente para generar buenas políticas educativas. Pero para que la enseñanza de Smith sea fructífera hay que empezar por reconocer que Estado y mercado no son meras abstracciones, sino el resultado de nuestras propias acciones.

Publicado en La Segunda.

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