Viña del Mar, “la Niza de la Costa Azul”

20 de Febrero 2017 Columnas Noticias

La semana pasada hicimos referencia a las ideas de Benjamín Vicuña Mackenna, los proyectos de Heinrich Bohn y Teodoro Von Schroeders como los primeros pasos hacia el desarrollo turístico de la ciudad. Asimismo, mencionamos la ley de 1928 que autorizó a Viña del Mar a poseer un casino y a las ideas de Gustavo Lorca como la segunda etapa en su consolidación.

Dentro de estos proyectos se encontraba transformar a la Quinta Vergara en un centro de atracción nacional. En esta línea, el año 1960 la Municipalidad de Viña del Mar inauguró en este espacio la Gran Feria de Viña, que consistía en una serie de actividades estivales que incluían, de acuerdo al relato de Piero Castagneto, “una Feria de Artes Plásticas, espectáculos para diversos públicos, desde música clásica hasta presentaciones folclóricas y juegos infantiles, además de la instalación de diversos stands”, todo lo cual se realizaba entre los días 21 y 28 de febrero. Fue en este contexto que el Festival de la Canción surgió como el broche de oro de estas actividades. La extraordinaria asistencia a este último evento, cercana a los treinta mil espectadores, hizo que el festival fuese adquiriendo fama y notoriedad hasta separarse de las otras actividades para cobrar vida propia en 1963.

Por estos mismos años, hay otro aspecto menos conocido del surgimiento turístico de Viña del Mar y que vale la pena recordar a raíz del reciente fallecimiento del expresidente de Santiago Wanderers, Agustín Prat, quien participó activamente, junto a Julio Dittborn, en la designación de Chile como sede del mundial de fútbol de 1962.

Aunque el periodista Daniel Matamala ha desmitificado la frase de Dittborn de que “porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo”, la verdad es que la precariedad del país era latente, a lo que se sumó el terremoto de 1960 que hizo variar el mapa de prioridades de las autoridades. De igual forma, aquellas ciudades que habían postulado como subsedes declinaron su ofrecimiento, tal como sucedió, por ejemplo, con Valparaíso.

Ahí surgió la visión de Lorca por aprovechar la oportunidad y sugerir a Viña del Mar como una sede que estaba dispuesta a hacerse cargo del evento, sin contar con los apoyos que, antes del terremoto, había comprometido el Estado. Lorca consiguió que Dittborn comprometiera, además de los tres partidos de la fase de grupos, un encuentro de cuartos de final y una semifinal para la ciudad.

Viña del Mar se diferenció del resto de las sedes, Santiago, Arica y Rancagua, por ser la única cuya Muncipalidad estuvo dispuesta a hacerse cargo de todos los costos, apostando a que la llegada de miles de turistas extranjeros justificaban la inversión. Siendo una de las más relevantes, la refacción completa del actual Estadio Sausalito.

El texto promocional con que se daba a conocer a Chile en el mundo presentaba a la ciudad de la siguiente manera: “Viña del Mar, conceptuada como uno de los más hermosos balnearios Sudamericanos, ofrece el encanto de sus playas, la magnificencia de sus jardines (…) Centro de descanso y recreo por excelencia, a la vez que frecuentado sitio de reposo invernal, constituye el lugar de predilección que congrega caravanas de visitantes no solo en todo el país sino que de otras naciones, atraídos por la nombradía de la Ciudad Jardín, cuyas magnificas perspectivas y climas han sido comparados por muchos escritores y viajeros a los de Niza de la Costa Azul”.

Finalmente, los esfuerzos de Lorca resultaron infructuosos por varias razones. La principal, problemas generados por la empresa a cargo de la venta de abonos. A los que se sumaron la lesión de figuras como Pelé y Alfredo Di Stefano, la temprana eliminación de España y el cambio de la semifinal que debía jugar Chile contra Brasil por la de Checoslovaquia con Yugoeslavia. Aunque los ojos del planeta no estuvieron puestos sobre Viña del Mar como soñó su alcalde, el mundial de 1962 quedó como una huella imborrable en sus habitantes.

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