Una victoria agridulce

3 de Septiembre 2017 Columnas

Tres puntos aumentó la Presidenta Michelle Bachelet en la última encuesta CEP, que se conoció el pasado viernes. Tres puntos que son significativos para un gobierno que ha transitado entre momentos duros y más duros, con pequeños respiros ocasionales, en términos de la esquiva aprobación ciudadana.

Aunque el sondeo no alcanzó a medir el rechazo del Comité de Ministros al proyecto minero Dominga, ni la intensa teleserie desatada desde ese momento y que terminó diez días después con la bullada salida del ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, lo cierto es que la Mandataria terminó imponiéndose, pero con una victoria con sabor a derrota.

La decisión del Gobierno respecto de Dominga en sí es un tema que puede gustar o no, pero que quedó absolutamente en segundo plano tras la crisis que terminó con la salida además del resto del equipo económico: junto al hombre de la billetera fiscal, se fueron también su subsecretario, Alejandro Micco, y el titular de Economía, Luis Felipe Céspedes. Aunque la directora de orquesta de acuerdo a versiones del oficialismo, fue la jefa de gabinete de Bachelet (y una de sus colaboradoras más cercanas), la abogada ambientalista Ana Lya Uriarte, lo cierto es que efectivamente se impuso la visión de una centro izquierda que entiende el concepto de crecimiento sustentable y respetuoso con el medioambiente que en otro momento de la historia podría haber sido alabado transversalmente, pero que esta semana terminó convirtiéndose en un error de cálculo e instalando en el seno de La Moneda, un problema que era de Sebastián Piñera, por sus nexos con el proyecto minero-portuario…

El problema no está en el fondo, sino en el cómo y el cuándo.

Porque una vez más, Bachelet termina mostrando su liderazgo a destiempo. Las diferencias con el equipo económico y, en especial con el hombre de la billetera no eran nuevas. Se arrastraban desde la reforma laboral, cuya tramitación comenzó en 2014. Y se agudizaron hace unos días, cuando en medio de uno de los proyectos clave del Gobierno, la reforma provisional, el entonces ministro desayunó a la Presidenta con cifras que ayudaban más a la oposición que al oficialismo: se perderían empleos con la nueva normativa.

En ese sentido, hace tiempo que Valdés no calzaba en La Moneda pero era un soldado disciplinado. Sin embargo, ahora, cansado de este tipo de episodios y de la falta de comunicación -derechamente ninguneo, dicen algunos- con la Presidenta y sus asesores más cercanos, no aguantó más y tomó la decisión en el momento menos adecuado: a poco de que comience la discusión del presupuesto 2018 (que entre otras cosas, debe dejar “amarrados” temas relevantes para el Ejecutivo, como los recursos para la continuidad de la gratuidad en educación superior) y a dos meses y medio de las elecciones presidenciales y parlamentarias, haciéndole un flaco favor a sus correligionarios. Peor aún, con su renuncia, convirtió al gobierno de Bachelet en el único, desde el regreso de la democracia, que ha tenido tres ministros manejando la billetera fiscal. Pero además, Valdés desató la crisis cuando Bachelet gozaba de los días quizás más fructíferos del último tiempo: cuando por fin se conocían las cifras del Censo abreviado, que permitía darle otro “raspacacho” a Piñera; cuando se festejaba todavía la aprobación del proyecto de aborto en tres causales, junto a la decisión del Tribunal Constitucional de respaldarlo, y -a mayor abundamiento cuando se había anunciado recién el envío al Congreso de otras dos iniciativas relevantes para el legado que quiere dejar la Mandataria: el texto que norma la inmigración y el que permite el matrimonio homosexual.

Todo lo anterior quedó atrás gracias a Rodrigo Valdés, que logró echarle a perder el momento a la Mandataria y causarle un buen dolor de cabeza.

En todo caso, la llegada del nuevo equipo debiera darle un respiro.

Tanto el nuevo titular de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, como su par de Economía, Jorge Rodríguez Grossi, ocuparon esas carteras en el gobierno de Ricardo Lagos y fueron bien evaluados. Ambos además se consideran políticamente moderados, buenos negociadores y capaces de poner paños fríos a las discusiones que se vienen.

Lo lamentable, no obstante, es que el equipo de Bachelet nuevamente haga cálculos políticos equivocados, termine convirtiendo los triunfos en derrotas ante la opinión pública, sepultando sus victorias en autogoles propios y, finalmente, “dándose gustitos” pequeños y agridulces.

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