Un candidato borroso

16 de Julio 2017 Columnas

Hace justo un año, el senador Alejandro Guillier se empinaba poco a poco como el precandidato presidencial mejor evaluado en la Nueva Mayoría. De hecho, en la Cadem del 18 de julio de 2016, el parlamentario independiente aparecía como el personaje del oficialismo más apreciado por los encuestados en ese momento, con un 54% de aprobación. Superaba, de hecho, a ambos expresidentes: Sebastián Piñera y Ricardo Lagos, que todavía estaba en carrera.

A nivel político, hace justo 365 días, Guillier solo contaba con el respaldo del Partido Radical, lo que le permitía levantarse como el candidato “antipartidos”, que competería desde la plataforma ciudadana, versus una larga lista de postulantes a La Moneda –Lagos, Isabel Allende o José Miguel Insulza, por nombrar a algunos en el ala de la centro izquierda- que provenían de la máquina partidaria y del establishment de la antigua Concertación.

Un mes después, en agosto de 2016, el senador se instalaba en un cómodo primer lugar entre las figuras políticas mejor evaluadas, con un nivel de conocimiento que todavía le permitía crecer, con lo que –se esperaba- pudiera consolidarse como la mejor carta del oficialismo para competirle a Sebastián Piñera y al resto de los abanderados de Chile Vamos. Sólo unos meses después, Guillier terminó por desbancar a Ricardo Lagos y se convirtió en el candidato de la NM… O lo que quedó de ella, sin la Democracia Cristiana, que optó por el camino propio.

Hoy, sin Lagos, Insulza y Allende en el horizonte; con el PPD, el PS, el PRSD y el PC cuadrados con su candidatura (algunos más que otros); con una ciudadanía que ha comenzado a ser algo más benevolente con el gobierno, y con una campaña presidencial a la que le quedan justo cuatro meses, el panorama no evolucionó como se esperaba y, por el contrario, el “fenómeno independiente” Guillier se estancó.

El periodista, otrora rostro de TV, no ha logrado capitalizar el alto nivel de respaldo que tenía en los sondeos. Por el contrario, en los últimos meses, su figura se ha ido diluyendo, convirtiéndose en un lejano eco, en una sombra detrás de personajes reconocidos, pero no siempre bien evaluados en el conglomerado de gobierno, y que a ratos le hacen un flaco favor a su candidatura.

A mayor abundamiento, el fuego amigo –ese que ha aniquilado a varios en los últimos años- no ha tardado en aparecer. Sobre todo en el PPD, que a regañadientes le entregó su apoyo y ahora, cuando la pista se pone pesada, se convierte en el primer semillero de artilleros/amigos de Guillier. De paso, aprovechan de cobrarles la cuenta a los socialistas y le refriegan, en la medida que pueden, el error de haber detonado la caída de Ricardo Lagos.

“Es un castigo a nosotros mismos”, dijo ya Guido Girardi, junto con advertir que la candidatura de Guillier “surge de nuestra incapacidad para elaborar nuevas respuestas”. A buen entendedor, pocas palabras.

En el PS la situación no ha sido tan distinta. Aunque en su equipo de campaña el socialismo haya sido puntal imprescindible –sobre todo en la búsqueda de firmas, a cargo del senador Juan Pablo Letelier-, el extimonel de esa colectividad, Osvaldo Andrade, ha sido uno de los más duros con el periodista: desde sus palabras respecto de la falta de contenido del candidato hasta su llamado en los últimos días a que el comando deje las “pendejerías”. Y su última sentencia: “Necesito que (Guillier) se transforme en candidato”.

Buena pregunta: ¿Es hoy Guillier candidato? ¿O sólo está, como diría Ena Von Baer, “prestando” su rostro para liderar una coalición que parece –a la luz de los hechos- en extinción?

Un último detalle. El proceso que ha tenido –al menos públicamente- Guillier en los últimos meses se asemeja bastante al de Bachelet. Queridos por la ciudadanía, bien evaluados por quienes deben emitir el sufragio, sus equipos han optado por mantenerlos “guardados”, como una forma de protegerlos de las críticas, los conflictos y las preguntas difíciles.

El problema es que Alejandro Guillier está –o debería estar- en campaña. Pero, por el contrario, se trata hoy de un candidato aislado; con un respaldo cada vez más volátil de los líderes de la Nueva Mayoría; con el constante fantasma de que alguien quiera bajar su candidatura y volver a buscar a Lagos o cualquier otro; con un permanente fuego amigo, dispuesto a bombardearlo ante cualquier error u omisión. Convertido, en el fondo, en una figura borrosa, cada vez más difusa en el panorama de las elecciones de noviembre.

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