Tiempos de reflexión

24 de Diciembre 2017 Columnas

n una conversación de pasillo post elecciones alguien decía que era ilógico pedir que la Nueva Mayoría –o lo que queda de ella- pudiera haber hecho ya una reflexión, o mea culpa, sobre la brutal derrota sufrida a manos de la derecha en la jornada del domingo pasado.

Y hay algo de razón en esas palabras al viento. Efectivamente, sería iluso pensar que en solo siete días, cuando todavía la herida duele, arde y carcome, las principales figuras de lo que queda del conglomerado oficialista pudieran hacer un proceso complejo de introspección, que les permita levantarse de nuevo.

Porque efectivamente –y coincidente con el tiempo de recogimiento que supone la navidad para quienes son creyentes- la coalición de gobierno que gobernó Chile exitosamente desde 1990 y lo llevó por la senda de la transición, debiera comenzar ahora un proceso de duelo. El mismo que dejó pendiente en 2010 –cuando la derecha por primera vez en casi medio siglo llegó a La Moneda también de la mano de Sebastián Piñera-, porque prefirieron esconder la crisis y obviarla, aprovechando la popularidad de Michelle Bachelet y el cariño que la ciudadanía le profesaba en ese momento.

Mientras las grandes cabezas de los partidos de la Concertación y el PC hacían como que nada pasaba y se centraban en capitalizar –o explotar- la popularidad de la entonces directora de ONU Mujeres, adentro, como en cualquier duelo escondido que no se vive como corresponde, la desafección, la tristeza, la podredumbre seguía creciendo, latente, pero viva. Y ahora se convirtió en una realidad dolorosa.

El filósofo clásico Sócrates afirmaba que a la muerte no se le debía temer, porque nadie sabía en qué consistía. Llevándolo al plano político, la Nueva Mayoría tuvo miedo a desaparecer desde 2009, cuando efectivamente vino un fallecimiento no asumido y un duelo escondido en la popularidad de Bachelet. No entendieron que la centro izquierda, como se le conocía, pasaba por momentos difíciles y la muerte del conglomerado se acercaba con o sin su consentimiento.

Y ahora, con una derrota histórica de por medio, la coalición por fin comenzó a dar las primeras señales de reflexión, de introspección. Las mismas que venían pateando desde hace ocho años. Empezaron entonces a aparecer quienes niegan el paupérrimo resultado o culpan a otros, pero también los que sangran profusamente por la herida. Algo así como un revival entre los autoflagelantes y autocomplacientes.

De hecho, las primeras reacciones fueron –como en cualquier proceso de duelo- de negación. A pocas horas de conocidos los resultados, el presidente del PS, Alvaro Elizalde, advertía que se opondrán a cualquier medida del nuevo gobierno que pretenda ir en contra de las conquistas de sectores populares y sectores medios”, obviando que fueron precisamente esos grupos los que prefirieron a Sebastián Piñera por sobre la continuidad de Alejandro Guillier.

Para qué hablar de otras intervenciones menos felices de los primeros días, como los “fachos pobres”  o  las “rubias en Recoleta” de la exvocera del comando oficialista, Karol Cariola, o incluso tildar a los votantes que prefirieron al candidato de derecha como “idiotas”, como lo hizo el diputado del PC Hugo Gutiérrez. Es mejor pensar que aquello era propio de un proceso doloroso y no que realmente hayan querido referirse así a los electores.

Sin embargo, de a poco las luces de una reflexión legítima comienzan a asomar. Entre ellos, Ricardo Lagos, que tras ser denostado e ignorado por su propio sector –aunque ahora patudamente el PC le pida cuentas- puso para variar la cuota de intelectualidad en la discusión y planteó la necesidad de que quienes se dicen progresistas se aglutinen, pero antes de eso, que sean capaces de definir qué es ser progresista hoy.

Hubo también otros atisbos de sentido común. En el PPD, la mesa directiva puso sus cargos a disposición, en una muestra de dejar la soberbia debajo de la cama y pensar en el futuro de la centroizquierda. Lo mismo Fidel Espinoza, que reconoció errores y acusó a los presidentes de partido de no asumirlos.

Se siente en el aire que el mea culpa se viene. La derrota no fue responsabilidad del medioambiente, del Frente Amplio ni de Alejandro Guillier. Es una deuda pendiente de un conglomerado que no leyó la realidad del país, que no entendió que los errores y deslices se pagan caro, que no advirtió que hoy el voto es menos ideológico y mucho más pragmático. Y que debe hacer su duelo con calma, sin soberbia y elocuencias exageradas. Porque ahora sí la reflexión debe ser profunda y colectiva, sin saltarse los pasos que ya evitaron hace ocho años.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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