Silenciosa transformación

11 de Noviembre 2017 Columnas

Dentro del tráfico de ofertas, contraofertas, disensos, discrepancias -e incluso ofensas- que nos ha regalado la época de campaña en la que nos encontramos, donde el caldero de las encuestas alienta temores, avizora derrotas o hace nacer apresurados triunfalismos, en el país siguen pasando cosas que no necesariamente son capturadas por la política, la delincuencia o el desánimo que circula en avenidas de doble tránsito en nuestra sociedad.

Es así como esta semana fue lanzado un estudio que ni de cerca tuvo la oportunidad de estar en el centro de la noticia que nos muestran los medios. Éste se denomina Visión y Práctica de los Donantes en Chile, elaborado bajo patrocinio y ejecución de diversas entidades (Fundación Lealtad, el Centro de Filantropía e Inversiones Sociales -de la UAI- y el BID). Este trabajo pretende aportar datos duros de lo que se denomina por algunos como el Tercer Sector, esto es, en términos generales, aquellas organizaciones que integran la sociedad civil (OSC) y pretende distinguir los desafíos de quienes participan y aportan en ellas, en cuanto al entorno de confianza que requieren, el fortalecimiento de las capacidades de las beneficiarias y la calidad del marco legal que las mismas requieren.

Lo que está sucediendo es que el ciudadano ha ido descubriendo, en silencio, que el principal actor de sus intereses no es necesariamente el Estado, sino que es él mismo y que cuando aquellos intereses logran representarse colectivamente, en beneficio propio y de la comunidad que integra (con otros), los resultados pueden ser mejores y más eficaces, ello desde el punto de vista de la caridad (los aportantes), de la ejecución (salud, educación, menores, medio ambiente, familia, diversidad, pobreza, drogadicción, emergencia, etc.), e incluso del emprendimiento social (inversiones de impacto y empresas B).

Algunas cifras demuestran esta tremenda transformación: existen actualmente alrededor de 235.000 organizaciones sociales en Chile, lo que importa que hay 13 organizaciones cada 1000 habitantes, cifra que duplica la tasa australiana y casi triplica la norteamericana. El 48 por ciento de estas entidades fueron creadas sólo a partir del 2006 y el aporte filantrópico representa algo más del 15 por ciento del total de financiamiento de las mismas. Ocupamos el lugar 18, en el mundo (primero en la región) del Índice de libertad filantrópico; el 6, en el mundo (primero en la región) del Indicador de mejor país para ser emprendedor social; y el lugar 55 en el mundo (cuarto en la región) del Indicador Mundial de Generosidad.

Por lo señalado es que quizás esta realidad, que no vemos dado su silencio, sea la clave para lograr restablecer los elementos deteriorados de nuestra confianza que nos alejan velozmente de la posibilidad de entender las diferencias que siguen concretándose bajo el régimen de relacionarnos sólo entre quienes nos sentimos partes del mismo club, es el trauma de los “ellos” y los “nosotros”. Se trata de explorar intereses comunes entre personas distintas que producen efectos expansivos en bienes o personas que quizás no conocemos, pero que nos interesan.

Es una apuesta que vienen haciendo entidades de muchos mundos. Por ejemplo, desde el mundo de los empresarios (CPC), los emprendedores (ASECH), el Sistema de Empresas B, la Comunidad de Organizaciones Solidarias (COS) y el Centro de Innovación de la UC, bajo una iniciativa denominada 3xi, que permitió el encuentro de más de 500 personas -de muy distintos mundos- durante este año, convocados sólo con el propósito de conversar y derribar barreras bajo los pilares de la inspiración, la inclusión y la innovación. Desde otra perspectiva, pero bajo los mismos pilares, un grupo de organizaciones solidarias, inspiradas por la catástrofe de los incendios del verano pasado constituyó MxCh (Movidos por Chile), que colabora con la Red Nacional de Emergencia, permitiendo la conexión necesaria entre lo público y lo privado frente a la catástrofe, sacando el foco de la campaña del momento y apostando por una red sostenible de quienes tienen la vocación profunda de la colaboración en las situaciones de emergencia.

Quizás lo que está sucediendo, sin darnos cuenta, es que nos estamos haciendo dueños de nuestra capacidad para ejercer la autonomía que la Constitución nos reconoce y garantiza, como grupo intermedio, en cuanto personas que se juntan con un fin específico, como lo constata cualquiera de las experiencias antes señaladas -con o sin personalidad jurídica-. En la medida que esta capacidad se siga fortaleciendo quizás nos permita comprender que la única forma de salir de este atolladero de desconfianza y agresión en que nos encontramos no está determinada por las elecciones que vienen luego, sino en reconocer, respetuosamente, las competencias y el aporte que cada uno de nosotros puede dar a la sociedad.

Publicado en El Mercurio.

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