Rabia en democracia

21 de Mayo 2017 Columnas Noticias

Tradicionalmente, en Chile la violencia post 90 ha estado más bien circunscrita a conflictos ligados a la delincuencia. Aunque lo anterior es lo que prima, los medios también han dado una importante cobertura a temáticas de género (maltrato y femicidios), minorías y algunas ligadas al conflicto mapuche. Sin embargo, no nos consideramos un país violento.

Hasta ahora hemos hinchado el pecho, porque somos los “tigres” latinoamericanos, nos creemos desarrollados (sobre todo cuando se trata de compararnos con los vecinos) y adoptamos un aire de superioridad cuando conocemos situaciones como las que vive Venezuela, con ya un buen grupo de personas muertas en manifestaciones en contra del gobierno de Nicolás Maduro. O lo que sucede en México, donde hasta ahora van -solo este año- seis periodistas asesinados, como una forma de pisotear la libertad de expresión y demostrar que quien manda allí es el narcotráfico.

En Chile estamos lejos de aquello. Y nos llenamos de orgullo al decirlo. Razones hay, también. Según el último índice de Paz Global, que el año pasado nos ubicó en el puesto 27 a nivel mundial, somos el país más pacífico de Latinoamérica. Sin embargo, la violencia está mucho más arraigada en nuestra cultura de lo que creemos. Basta dar una vuelta por redes sociales para darnos cuenta de que -sobre todo cuando actuamos a rostro cubierto, con un computador o dispositivo de por medio- olvidamos los filtros socioculturales y damos rienda suelta a la agresividad, al menos en el lenguaje. En algunos momentos, lamentablemente esas palabras pasan a los actos. Lo que sucede, por ejemplo, tras cada protesta -del tema que sea- cuando aparecen los encapuchados y transforman cualquier ciudad en una especie de caos apocalíptico, destruyendo todo a su paso. Sin más, hoy se conmemora precisamente un año desde que esa violencia terminó con la vida del guardia municipal Eduardo Lara, en un Chile y un Valparaíso muy alejados de las postales idílicas que se llevan los turistas. Al igual que en esas ocasiones -aunque guardando las proporciones* ese arranque irracional pasó a las manos esta semana.

La agresión sufrida por el precandidato presidencial de Evopoli Felipe Kast, y su equipo, cuando salía de una actividad de campaña, es impresentable. Más allá de compartir o no sus propuestas -algunas de las cuales precisamente acababa de dar a conocer en el Parque Bustamante, en Santiago-, lo cierto es que este tipo de situaciones transgrede una de las principales virtudes de la democracia que hemos cultivado en nuestro país: la tolerancia y la capacidad de solucionar los conflictos a través del diálogo. Con el concepto de negociación por delante, tan criticado en estos días. Así de repudiable fue también la agresión sufrida por el fiscal Enrique Vásquez, en plena audiencia del Tribunal de Garantía de Collipulli, cuando fue atacado por una airada turba el martes pasado, en plena audiencia contra dos imputados por infracción a la Ley de Bosques. Aunque estos hechos llamen la atención, no es primera vez que la molestia ciudadana termina en violencia. Le pasó a Michelle Bachelet en su campaña a la Presidencia de 2013, cuando fue escupida en el norte. Y hace unas pocas semanas, vimos cómo un empresario gritoneaba con fuertes epítetos al senador PPD Guido Girardi, a bordo de un avión. La lógica indica que cualquiera de estos episodios es absolutamente condenable. No es la forma en que se ha instaurado la convivencia en Chile y suena al menos paradójico que cuando criticamos la violencia delictual, se generen actos de la misma especie, desde la ciudadanía, en contra de políticos o jueces. Aunque sus actuaciones sean cuestionables muchas veces e incluso cometan irregularidades, es la institucionalidad la llamada a investigar y condenar.

Chile es uno de los pocos países donde -todavía- un parlamentario puede caminar por la calle, un ministro puede tomar el metro o viajar en bicicleta, y un fiscal (claro, no de los que llevan causas emblemáticas) puede ir a comer con su señora sin miedo. Y eso es lo que se debe resguardar. Esa es una de las bases de la sociedad tolerante, pluralista y en camino al desarrollo que el país ha intentado cultivar. Como dijo la diputada PC Camila Vallejo, si a alguien no le gusta la figura de Kast en política, la forma de sacarlo de allí es levantándose y yendo a votar en las próximas elecciones. No hay otra. Y lo mismo para quienes no quieran ver más en el escenario a otras figuras, del sector político que sea. Esa es la forma de canalizar la rabia ciudadana en un sistema democrático que tanto costó instalar y profundizar.

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