Papeles inesperados

22 de Abril 2016 Noticias

 

Hace un tiempo atrás, Aurora Bernárdez, esposa de Julio Cortázar, encontró en un cajón de velador olvidado un conjunto de papeles inéditos del escritor argentino. Alfaguara los publicó bajo el título de Papeles inesperados. Lo que sigue es una pequeña ficción sin mayores pretensiones que graficar lo siguiente: cuando la literatura entra en nuestras vidas sus dimensiones son inabarcables. Cortázar puede ser un ejemplo, pero puede ser cualquiera.

Bibliografía no-oficial de Julio Cortázar

Sentí la presión del billete, de su mano introduciendo un billete en la palma de mi mano. No necesitaba mirarlo, sabía que siempre que mi padre hacía eso era uno de los grandes. Lo miré y sonreí. –Gracias, le dije. No sé si sabría en qué iban a terminar esos ocasionales regalos, a lo mejor lo intuía.

Siempre, irrevocablemente, como una sentencia, terminaba encaminándome a alguna de esas librerías viejas para buscarlo a él. Él era el “último” libro que me faltaba para completar la obra completa de Julio Cortázar. Yo quería tenerlos todos. Primero fue Rayuela, luego vinieron Los Premios, 62. Modelo para armar, El libro de Manuel. A lo largo de los años, de los cumpleaños, de las navidades y de mi relativa fidelidad o infidelidad a Julio Cortázar, fueron: La vuelta al día en ochenta mundos, Un tal Lucas, Territorios, Prosa del observatorio. Fueron llegando de a poco, algunos se hicieron esperar más que otros. Cuántas veces entré a esa pequeña pero repletísima librería en Pedro Montt, dirigiéndome casi a ciegas al mismo estante, estirando la mano para hojear Último Round en edición de lujo. Cuántas veces también miré el precio en la contratapa para luego volver a dejarlo en su lugar. Y así, algunos más lentos que otros, pero fueron llegando en el orden de la casualidad y del deseo: Los Relatos en sus tres tomos, Los reyes, Divertimento, El examen, Historias de cronopios y de famas, Pameos y meopas. El número (eso creía yo) se reducía cada vez más. Cada vez eran menos los libros que me faltaban para tenerlos todos. ¡Todos! Tener todo, absolutamente todo lo que hubiera escrito Julio Cortázar: ese era mi sueño (bien digo, mi sueño). De forma inesperada, en un viaje a Caracas, bajo un puente y entre olores a mango y a frituras aparecieron: Silvalandia, Alto el Perú y Fantomas contra los vampiros multinacionales. De un viaje a Buenos Aires y caminando por Corrientes llegaron los tres tomos de su obra crítica maravillosamente empastados por Alfaguara. También París, ritmos de una ciudad y Buenos Aires, Buenos Aires. Y cuando ya creía que sólo eran uno o dos los que me faltaban, entonces aparece Los autonautas de la cosmopista, y súbitamente, perdidos en un anaquel de una inesperada librería fueron Salvo el crepúsculo y Un elogio del tres. Pero para ese entonces algo empezó a cambiar en mí, una extraña e insistente sensación crecía en mí. ¿! No se suponía que cada vez irían quedando menos libros por encontrar… ¿No se suponía que estaba a punto de tenerlos todos? Insistí en mi búsqueda y más cortazarianas obras aparecieron: Nicaragua violentamente dulce, Nada a Pehuajó y Adiós, Robinson y Alguien que anda por ahí. Fue este título el que súbitamente me congeló, fue como si de pronto todo se aclarara. Ahora no busco. Ya no pretendo tener todos los libros que Julio Cortázar haya escrito. Ya no creo poder tenerlos todos… y no importa. No sé si me entienden: es cierto que según las bibliografías oficiales sólo me faltarían esos textos raros con litografías y dibujos: Negro el diez y Monsieur Lautrec. Pero yo sé, ahora sí sé, que jamás tendré la obra completa de Julio Cortázar…alguien anda por ahí.

Facultad de Artes Liberales 

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