MILAtinoamérica

22 de Diciembre 2011 Columnas

En los últimos años se han hecho esfuerzos importantes para unificar los mercados de capitales de Chile, Colombia y Perú  en el llamado MILA. Queda aún mucho por hacer en el ámbito técnico y, especialmente, en los campos regulatorio y tributario. Y, por lo mismo, no se han hecho operaciones relevantes. Pero una vez que esos temas se solucionen queda todavía algo tal vez más importante: armar el caso de que los tres países forman un conjunto económico. De hecho, creo que efectivamente lo son, en lo bueno y en lo malo.

Lo primero es distinguir a estas economías del resto de América Latina. El tamaño de Brasil ya casi automáticamente lo deja fuera. México se excluye por su dependencia de Estados Unidos, tanto en el comercio de bienes como en el de capitales e, incluso, en su acceso a los fondos de gobierno, que se han utilizado para rescatarlo en momentos de crisis. Estos dos países son considerados, en la práctica, separados del resto por los inversionistas. De las naciones grandes que quedan, Argentina, Venezuela y Ecuador salieron hace rato de los radares de bancos e institucionales locales y extranjeros, debido a su alejamiento de la economía de mercado.

Lo primero que nos une es que nuestra historia económica es más bien triste, en especial desde los años ’40. El ingreso per cápita con respecto al de los países desarrollados es hoy aproximadamente diez puntos porcentuales menor al de entonces, llegando a 45% en Chile y entre 15% y 20% en Colombia y Perú. Por el lado positivo, es cierto que los tres tienen en común el hecho de que esta situación ha comenzado a revertirse en los últimos años; primero en Chile, luego en Perú y, aunque tímidamente, también en los últimos años en Colombia.

El bloque de países no sólo ha puesto la casa macroeconómica en orden y ha comenzado a aplicar la segunda generación de políticas económicas pro crecimiento, sino que además ha tenido suerte: los commodities han llegado a niveles mucho mayores en comparación con los últimos 30 años e incluso en una perspectiva de más de un siglo. Así, los déficit de cuenta corriente se han reversado y Chile y Perú se han transformado en acreedores netos del resto del mundo. La independencia del financiamiento externo es muy importante, por cuanto éste es extremadamente volátil y se seca cuando vienen los problemas.

Que el PIB per cápita se haya sextuplicado desde 1990 no responde exclusivamente a esta bendición externa, que podría irse tan rápido como llegó. Es el sector de la economía local o no transable ligado al comercio minorista, la construcción, etcétera, el que aceleradamente ha tomado un rol mucho más relevante. De hecho, en los últimos cinco años éste creció 25% comparado con sólo 15% en el sector transable. La razón, y contraparte en precios, ha sido una apreciación importante de las monedas en términos reales.

Esto se puede ver en el valor del dólar, pero también en los precios relativos de los bienes no transables por sobre los transables, con los primeros creciendo un punto porcentual más rápido al año que los segundos. Respecto de esto último, si juntamos la evolución de las cantidades y precios relativos, llegamos a que la proporción del producto de los sectores de economía local respecto de los ligados al comercio internacional ha aumentado en casi diez puntos porcentuales en estos mismos cinco años.

Todo lo anterior se refleja también en los mercados financieros. Paralelo al desarrollo económico, los mercados de capitales se fueron profundizando y la prima por riesgo disminuyendo, tanto si se mide en base a las acciones como cuando se hace con los bonos. En términos de sectores, los no transables muestran tasas de crecimiento de utilidades mayores y múltiplos más elevados.

Estos cambios son de equilibrio si es que los países logran contener las presiones políticas que la nueva riqueza y estructura económica generan. La mantención de las fortalecidas instituciones políticas hará que el boom de las materias primas nos lleve a ser como Noruega más que como Nigeria o Venezuela y así la bendición no se transforme en maldición. Las crisis también pueden desrielar estos procesos y la situación internacional hoy no es de las mejores. Afortunadamente, y si bien el deterioro de las perspectivas mundiales impactará a nuestro bloque, la capacidad de contener sus efectos está ahí. Y la disposición a utilizar las herramientas fiscales y monetarias es clara. De hecho, la capacidad de los bancos centrales es mayor que en la crisis de 2008, momentos en que la inflación estaba desbocada. En definitiva, si las cosas siguen haciéndose bien, será posible presentar a estos tres países como un conjunto relevante a ser considerado en las carteras de los inversionistas institucionales extranjeros.

Si esto sucede, los procesos se profundizarán, la dependencia de los commodities disminuirá y la positiva evolución económica seguirá. “MILAtinoamérica” no es Brasil. Los empresarios de los sectores reales ya tienen internalizado que las tres economías son realmente una. Pero esto no sucede aún con los inversionistas. Que ahora se convenzan es el desafío de la industria financiera.

 

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