Los Hijos de Bachelet

27 de Junio 2017 Columnas

Como queriendo ningunearlos, así fue interpretado por varios medios, la Presidenta Michelle Bachelet comentó que el Frente Amplio no representaba una fuerza social radicalmente diversa a las actuales, pues sus dirigentes –dijo- son más bien hijos de militantes de partidos tradicionales. No hay, por ejemplo, gente de clase obrera, señaló.

Es razonable que mucha gente haya leído en estas líneas un intento descalificador del talante disruptivo y transformador que pretende exhibir el Frente Amplio. Sin embargo, la Presidenta Bachelet hace una implícita admisión de culpabilidad política: su generación no fue capaz de mantener a los hijos en el redil. La primera generación concertacionista lo logró: era impensable que Carola Tohá, Ricardo Lagos Weber o Claudio Orrego abandonaran la casa filial.

En cambio, los “hijos de militantes” a los que alude Bachelet optaron por una estrategia política diferente, una que fuera más afín a su experiencia histórica como generación. Esa tiene que ver más con 2011 que con 1988. La generación del 88 no fue capaz de generar condiciones atractivas para renovar las estructuras de poder en la centroizquierda. Eso no ocurre solo. Hay que trabajarlo. Y cuando no hay renovación, hay reemplazo. Así, los hijos construyeron sus estructuras políticas propias para competir con las de sus padres. Se cansaron de la épica prestada. A la vieja guardia le cuesta una enormidad entender la importancia de las épicas propias en política.

El mejor ejemplo de esa negligencia es el abandono de la universidad como campo de disputa política. En países como Chile, las elites políticas se siguen formando en la etapa universitaria. Los casos de Giorgio Jackson y Gabriel Boric son paradigmáticos. En otra época, habrían participado desde plataformas tradicionales. Sin embargo, los partidos concertacionistas se hicieron matapasiones para la camada universitaria post Pinochet.

Bachelet hace además una segunda admisión: reconoce que la política “normal”–por decirlo de alguna manera- es cosa de elites, y que sería efectivamente una novedad que fuera de otra forma. Esta no es una confesión de culpabilidad sino más bien el reconocimiento de un elemento casi inescapable de la política, incluso al interior de la cultura de izquierda.

Desde el Frente Amplio reaccionaron –obviamente- con disgusto. Apuntaron que no es justo reducir al conglomerado a sus caras más visibles o mediáticas. Que hay varios representantes de mundos diversos. Tienen razón. El Frente Amplio es harto más que jóvenes acomodados en estado de rebeldía. Pero no tiene mucho sentido negar la parte evidente del juicio de Bachelet, que en cualquier caso parece más una admisión de la negligencia política de su generación en haber fracasado en la imprescindible tarea de renovar los cuadros.

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