Los equívocos del fin de la historia

23 de Mayo 2017 Columnas Noticias

Señor Director:

Quizá por la seriedad con la que el mismo Fukuyama se toma el concepto de fin de la historia (del que es divulgador, no creador), en el artículo publicado en Artes y Letras el 21 de mayo se omite una distinción fundamental para entender un concepto tan atractivo, contraintuitivo y algo manoseado como el del fin de la historia.

Este concepto se podría interpretar como la negación de que vaya a haber otro futuro diferente del liberalismo, pero también se puede comprender, de modo más razonable, como la situación en la que no hay una alternativa viable ni deseable al liberalismo triunfante.

El primer punto de vista carece de peso intelectual: sobre el futuro de las formas políticas, no hay ciencia, solo charlatanería. El segundo significado debe interesarnos: tras el colapso del bloque soviético, no existe una alternativa política deseable y concreta al sistema dominante. Nos encontramos en el final de la historia también cuando odiamos el capitalismo, si no existe un sistema político-económico que pueda sustituirlo.

Apenas se repara en el artículo que el fin de la historia es una paradójica y algo incómoda herencia que el liberalismo recibe del marxismo. Tan obsesivamente el pensamiento político de Marx se autocomprendía como final definitivo de la historia (en la sociedad sin clases ya no habría conflictos) que, tras la caída del Muro de Berlín, el superviviente liberalismo se ve obligado a mirarse como final de la historia.

Que vivimos en este relativo final de la historia lo confirma la corriente más reciente de la izquierda contemporánea: el populismo. En el prólogo de 2002 a “Hegemonía y estrategia socialista”, C. Mouffe y E. Laclau -padres intelectuales de este movimiento- escribieron que algunos “antagonismos sociales cruciales para la comprensión de las sociedades contemporáneas (…) no pueden ser reconceptualizados en términos de categorías marxistas”. Estos antagonismos se refieren sobre todo a los derechos de las minorías.

Más allá de gritos esporádicos, el populismo acepta que el debate político debe dirigirse de acuerdo a un tipo de argumentación -tamaño del Estado, apoyo a las minorías- perfectamente asumible para la política liberal. Con su rechazo de las categorías duras del marxismo, el populismo reconoce que en este fin de la historia solo podemos ser liberales efectivos o inefectivos, por mucho que la retórica política sea guiada por un antiliberalismo tan incendiario como, en el fondo, light.

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