Longueira y los cómplices pasivos

6 de Febrero 2016 Noticias

Facultad de Artes Liberales

El Mercurio

Longueira rompió su silencio. En una columna publicada en “El Mercurio”, tras conocerse sus primeros correos con Contesse, el dirigente UDI lamentó que la política esté siendo denostada. “El financiamiento de la actividad política es una de las tareas más ingratas y difíciles que les corresponde realizar a quienes han ejercido liderazgo en los partidos políticos del país”, señaló, circunscribiendo el problema prácticamente al financiamiento de las palomas en las elecciones.

Paradójicamente, tres días después de esa columna se conocieron nuevos correos. Esta vez -cuatro años más tarde- ya no le mandaba información a Contesse sobre el royalty, sino que sobre la reforma tributaria que él mismo estaba negociando. “Solo para ti, con la máxima reserva. Lo acabamos de terminar. Un abrazo. Pablo”, le escribió al gerente de SQM.

En el intertanto se han ido conociendo los cientos de millones que recibió el propio Longueira de la empresa SQM, a través de familiares, testaferros y fundaciones de papel, no solo en el período de campaña, sino que además en forma permanente.

No hay duda: la vida política de Longueira ha terminado. El mismo Longueira que fue presidente designado de la federación de estudiantes de la Universidad de Chile en la dictadura. El mismo Longueira que comandó, en 1986, una turba para atacar a Ted Kennedy cuando vino a Chile. El mismo que, dos años más tarde, comandó otra turba para amedrentar a los nuevos dirigentes elegidos en RN. El mismo al que se le apareció Jaime Guzmán. El mismo que como ministro de Piñera desactivó la agenda procompetitividad que elaboró Fontaine. Ese Longueira. El diputado, el senador y el precandidato presidencial. El político al que “no le gustaba la política”.

Muchos le reconocen su capacidad, inteligencia y liderazgo. De ello, pocas dudas caben. Pero a estas alturas poco importa.

Durante años se ha enaltecido su gesto de “estadista” cuando, como presidente de la UDI, logró el acuerdo con Lagos para encapsular el caso MOP-Gate. Con la perspectiva del tiempo y conocidos los antecedentes que conocemos, ese gesto parece ir adquiriendo otra explicación. Longueira le tendió la mano a Lagos sabiendo que el día de mañana la podría necesitar de vuelta.

Pero ello ya no es posible. Chile ha cambiado demasiado en 12 años.

Es cierto que es injusto circunscribir el problema a Longueira. La transversalidad de la relación incestuosa entre política y empresas hace que, probablemente, no haya político al margen de financiamientos ilegales de campañas. Muchos de los que apuntan con el dedo, con la otra mano buscan esconder sus propios problemas.

La vieja frase bíblica habría que actualizarla a “quien esté libre de pecado que muestre sus mails”. Y probablemente, nadie pase el filtro.

Pero no todos los hechos son iguales.

El financiamiento ilegal de campañas es una cosa. Se trataba de platas que las empresas pasaron a candidatos para “ayudarlos” a solventar gastos electorales, que en vez de hacerlo por la vía legal lo hicieron por la otra vía. Por cierto, todo revestido de la hipocresía propia de Chile de una suerte de legalidad. Boletas, cheques, mails y vale vistas reemplazaron a los maletines de dinero utilizados en el pasado.

Si la transacción se corta en el período de campaña puede ser antiestético, indebido e ilegal. Pero distinto es cuando las relaciones se mantienen en el tiempo. Ello es lo que ocurrió con Orpis, por ejemplo, que se terminó transformando en un empleado de Corpesca. Sueldo a cambio de información. Y eso mismo es lo que ocurrió con Longueira.

Ahora, lo que le corresponde hacer a la UDI es condenar a Longueira. No hacerlo es volver a transformarse en cómplices pasivos. Transferir información reservada con una contraprestación de dinero es una práctica derechamente inmoral. El que haya más en el ruedo no es excusa. El que la política sea distinta a como parece (como decía Maquiavello), tampoco.

Si la UDI quiere sobrevivir a este nuevo trance, se tiene que renovar de verdad. Bellolio, Silva, Ramírez, Macaya y otros tienen que hacerse cargo del partido y romper con el pasado. Mal que mal, no están manchados con la actuación del partido en dictadura ni con el obstruccionismo de la transición. Más allá de sus posturas conservadoras o excesivamente dogmáticas en ciertos aspectos, representan a la generación nueva, tienen la capacidad y son los únicos que pueden romper con un pasado que a estas alturas hace agua por todas partes.

Se dirá que es injusto que a la UDI le haya tocado más que al resto en un problema que es generalizado. Otros dirán que es un complot. Puede que tengan razón. Pero sea como fuere, esta es la realidad. Y los hechos deben condenarse enérgicamente.

Algunos consideran que si la crítica viene del mismo sector es traición. La realidad, sin embargo, es justo lo contrario.

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