Liberales y republicanos

29 de Marzo 2017 Columnas Noticias

Se ha instalado en el último tiempo, tanto en la academia como en la opinión pública, la idea de que liberales y republicanos pertenecerían a tradiciones antagónicas; los primeros, poniendo el énfasis en el individuo y el crecimiento económico, los segundos en la comunidad y el bien común. Paradójicamente, quienes exponen dicha división taxativa provienen tanto de la izquierda como de sectores conservadores de derecha para quienes el liberalismo promueve un individualismo exacerbado. Permítaseme plantear algunas dudas al respecto, las cuales son tanto de carácter histórico como interpretativo.

En primer lugar, quien crea que el liberalismo es una corriente unívoca y monolítica comete un profundo error histórico­conceptual. Los orígenes de la palabra “liberal” se retrotraen a las Cortes de Cádiz (1810­1812), un lugar de discusión política donde diferentes sectores respaldaron posiciones liberales más o menos individualistas, más o menos estatistas. En efecto, hay tantos liberales “individualistas” (lo que la literatura especializada conoce como liberales “clásicos”), como liberales “comunitaristas” (o “afrancesados”). Ambas corrientes defienden proyectos distintos (unos consideran que la intervención del Estado no debe pasar a llevar la voluntad de los individuos, los otros ven al Estado como el garante de los derechos individuales), pero las dos se autoconciben como “liberales”.

Estos liberalismos decimonónicos surgieron en contextos monárquicos, pero con el paso del tiempo, los liberales —de cualquier signo— tendieron a preferir la república como sistema de gobierno. Ello quiere decir que liberales y republicanos comparten mucho más de lo que hoy se cree. Por de pronto, ambas tradiciones defienden la igualdad ante la ley y la inexistencia de privilegios. Además, las dos proponen limitar el poder en caso de que éste se concentre en una persona o grupo. Finalmente, liberales y republicanos abogan por la separación y el equilibrio de los poderes del Estado, al tiempo que ponen a la nación como la depositaria de la soberanía política.

¿Por qué, entonces, se insiste tanto en las supuestas diferencias entre liberales y republicanos? Me parece que la respuesta hay que buscarla en la asimilación causal y algo sesgada que los comunitaristas hacen entre liberalismo “clásico” y “neoliberalismo”. Si tuviéramos que resumir el “neoliberalismo” como un modelo económico en el que el Estado cumple un rol mínimo, entonces deberíamos concluir que liberales “clásicos” como Adam Smith —quien sostenía que el Estado debía jugar un papel relevante en la educación inicial— tendrían poco de “neoliberal”. Isaiah Berlin, por nombrar otro caso, terminó sus días como socialdemócrata; y, sin embargo, nadie podría poner en duda sus credenciales de liberal “clásico”. Estos dos casos —hay muchos más— comprueban que eso que los comunitaristas llaman “bien común” está también en la base del liberalismo “clásico”. Por mucho que les pese a los autodenominados republicanos de izquierda y de derecha.

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