Las fronteras ideológicas del urbanismo

18 de Febrero 2016 Noticias

Escuela de Gobierno

Revista Capital

El premio que recibió el arquitecto chileno Alejandro Aravena fue saludado con entusiasmo por la mayoría de los comentaristas de la plaza. Sin embargo, en redes sociales y otras plataformas de discusión, algunos arquitectos plantearon reparos de fondo a los méritos de Aravena. Según ellos, el socio de Elemental trabaja dentro de un paradigma neoliberal que valida el concepto de vivienda social como recurso habitacional para los pobres y marginados de la sociedad. No sería, bajo esta mirada, un transformador ni un vanguardista en términos estructurales. En conclusión, sería de derecha.

Sin embargo, el propio Aravena ha articulado opiniones que aparentemente no caben en esa categoría política. Ha sostenido, entre otras cosas, que la segregación territorial es dañina para la ciudad y que asignar criterios de mercado –como subsidios a la demanda– para adjudicar viviendas sociales es un craso error. El modelo de participación comunitaria que utiliza en sus proyectos tampoco se asemeja a lo que uno entiende tradicionalmente por derecha. ¿Es entonces Alejandro Aravena un referente de izquierda?

No tengo una respuesta a mano. Probablemente, la calificación política de una persona admita una serie de grados. Es decir, no puede ser capturada en blanco y negro. Pero el blanco y el negro siguen siendo un recurso útil para leer los cambios en el escenario ideológico. El clivaje divisorio de aguas durante la transición fue el factor Pinochet. Sabemos que la Concertación administró, corrigió y perfeccionó un modelo político y económico que –en lo sustantivo– era compartido por la oposición de entonces. Derechas e izquierdas parecían estar de acuerdo en una cuestión central: la combinación de crecimiento económico y políticas públicas focalizadas eran –conjuntamente– la clave del progreso y la puerta hacia el desarrollo. Como existía un amplio consenso al respecto, las identidades partidarias debían buscarse en otra parte.

A cinco años de los movimientos telúricos del 2011, cualquier persona que invoca crecimiento económico, subsidiariedad económica y focalización del gasto social en los más pobres pasa por derechista. La izquierda ha colonizado un nuevo espacio y su bandera es la universalidad de los derechos sociales. El éxito político de los estudiantes e intelectuales afines fue correr el cerco ideológico interno en Chile. Recordemos que no hace mucho tiempo, el historiador Gonzalo Rojas Sánchez abandonó su cargo en una prestigiosa universidad privada por la llegada de José Joaquín Brunner, por entonces distinguido miembro de la intelligentsia concertacionista. Rojas consideraba que su establecimiento estaba dando un inadmisible giro a la izquierda. Pero ante los ojos del progresismo criollo contemporáneo, Brunner representa la defensa de un modelo prototípico de derecha.

Desde ese punto de vista, entiendo –aunque no comparto– la percepción de algunos arquitectos de izquierda. Aravena es un innovador dentro de un campo de posibilidades que ellos consideran esencialmente de derecha. El rol de un arquitecto comprometido, de acuerdo a esta perspectiva, es desafiar dicho campo mental, del mismo modo que los intelectuales de 2011 desafiaron el consenso político-económico predominante.

Pero también existe otra posibilidad. Consultado por la posición de los urbanistas de derecha frente a un determinado tema, un connotado arquitecto nacional respondió que sencillamente no había tal cosa como un “urbanismo de derecha”. ¿La razón? La derecha está incapacitada por su propia estructura doctrinaria para entender los problemas de la ciudad desde la perspectiva disciplinaria. Los urbanistas entienden la necesidad de planificar y regular la vida en la urbe. Entienden el valor central de los lugares públicos y los espacios comunes. Entienden la importancia de la coordinación central y los servicios que provee mejor la autoridad. La ortodoxia neoliberal, en cambio, tiene problemas cognitivos para aceptar la inevitabilidad de planificar centralmente así como de producir espacios de encuentro social. Si esto es correcto, todos los urbanistas juegan en una cancha estructuralmente de izquierda. En efecto, si nos pensamos a pensar, ¿cuántos intelectuales públicos o políticos de calibre existen en la derecha chilena, que tengan un discurso contundente y sofisticado frente a las problemáticas de la ciudad? No es fácil encontrarlos.

Como sea, la irrupción de personalidades versadas en urbanismo, transporte y territorio que vuelcan su saber en la conversación pública es una estupenda noticia para el debate político chileno. Lo que aparenta ser un conocimiento técnico tiene –como casi todo– una dimensión ideológica interesantísima de escudriñar y articular.

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