Lagos y la crisis política chilena

16 de Abril 2017 Columnas Noticias

Señor Director:

La designación de Alejandro Guillier como candidato presidencial del PS ha sido interpretada por una gran parte de la opinión pública como un signo especialmente claro de la crisis que atraviesa la política chilena. Un importante grupo de comentaristas, entre ellos muchos columnistas de este diario, lamentan que el PS haya optado por un candidato ideológicamente vacuo. El senador Guillier no representaría ninguna idea política, se desconoce su proyecto para Chile. Su único capital político se identificaría con un magnetismo en las encuestas del que carecería el ex Presidente.

Que el aspecto electoral y no la defensa de las convicciones era el único motor de esta decisión parece fácil de aceptar, sobre todo si se tiene en cuenta el empaque de los otros posibles candidatos. Parece difícil negar que no solo Lagos, sino también Fernando Atria y José Miguel Insulza son figuras incomparablemente más coherentes con el proyecto socialista que el senador radical.

Si esta inconsecuencia ha sido recordada de modo casi unánime, apenas se ha resaltado el que, en mi opinión, es el aspecto más preocupante de este proceso: la renuncia de Lagos a seguir en la batalla electoral. Si Lagos era el único estadista aún superviviente en la política chilena -y esta atribución no dejaba de ser persuasiva- y Guillier es solo un ídolo creado por las encuestas, ¿por qué se debe aplaudir la renuncia del ex Presidente a continuar la batalla presidencial como candidato del PPD? Al disputar de modo directo con Guillier en una larga contienda y con enfrentamientos directos, siempre más públicos y expuestos que la decisión de un partido de elegir a un candidato, ¿Lagos habría conseguido mostrar la endeblez ideológica de Guillier, su inhabilidad para erigirse en Presidente de Chile en un momento especialmente complicado? Es posible que Ricardo Lagos no hubiera pasado a segunda vuelta, pero habría sido un temible tercer hombre tanto para Guillier como para Piñera.

En estos días se ha comparado el nivel político de Lagos con el de Felipe González. Como estadista, al menos dos hechos históricos los diferencian. En 1996, Felipe González no tuvo problema en presentarse a unas elecciones perdidas y retirarse de la política por la puerta de atrás, con la satisfacción de haber defendido sus convicciones hasta el último respiro. Pero, sobre todo, en este momento en que los proyectos políticos solo valen lo que miden las encuestas, hay que subrayar que Felipe González ganó las elecciones de 1993 cuando absolutamente todos los encuestadores predecían su fracaso. Las dos posibles consecuencias de esta defección no son halagüeñas. O Lagos no es el estadista en quien queríamos creer, o para la política chilena está vedado cualquier proyecto que no sea una encuesta de opinión.

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