La revolución liberal

10 de Mayo 2017 Columnas Noticias

Chile está hoy en una verdadera encrucijada política, en la que posiciones centrales han pasado a un segundo plano, dejando sólo paso a una grieta sin grises. Es blanco o negro, derecha o izquierda. Rumbo incierto…

Las posibilidades de triunfo de la derecha parecen ser ciertas en la medida que la izquierda sufre un quiebre a manos de Revolución Democrática, un quiebre que parece terminar con las aspiraciones socialistas, pero que en definitiva la preparan para un futuro posible.

La derecha representada por Piñera, con un pequeño disfraz populista conservador manifestado en promesas y ofertas populares, no ha sido capaz de mostrar aptitudes que seduzcan a un centro que está esperando equilibrio en quienes gobiernen.

Por otro lado, la izquierda presenta la ambigüedad de Guillier, casi sometido a ser un “mini-Lagos” que parece no poder encontrar el camino para dominar a un Frente Amplio que, si bien parece adolescente y de nula posibilidad de gobernabilidad, resulta ingobernable.

La política del FA me hace recordar a los primeros intentos de Néstor Kirschner por acumular poder. Sin las mismas capacidades ni experiencia política de NK, los representantes del Frente utilizan la política de flanqueo para ganar adeptos: golpear dónde nadie ha golpeado, es decir, en los indignados, desfavorecidos, insatisfechos, cansados y necesitados de un relato emocionante desde lo social.

En su momento, Kirschner acumuló poder en lo piqueteros, en los sobrevivientes, en las organizaciones de DDHH olvidadas hasta ese momento, en los jóvenes estudiantes a los que politizó y generó a partir de allí su brazo fuerte.

El Frente Amplio ha adoptado esa maniobra que le permite crecer mucho más rápido que los demás, que siguen insistiendo con la política del siglo XX cuándo hay enormes oportunidades de abordar una política adecuada al siglo XXI.

Si la derecha representada por Piñera no se transforma en una revolución liberal, sólo logrará tener un gobierno de transición de cuatro años, dejando el espacio para el relato progresista populista.

Si la izquierda leve representada por Guillier es un discurso periodístico sin acción, pronto verá como comienza a desintegrarse.

Para hacer una revolución liberal hay que dejar por sentado que Chile necesita una base desde dónde partir. Si se confunde el modelo liberal con la economía neoliberal, estamos errados.

No se puede discutir el rol del estado sosteniendo lo público (Educación, Salud, Seguridad y Justicia), como tampoco se puede discutir que son las empresas las que promueven fin almente el desarrollo sustentable a partir de un estado que crea las condiciones estructurales para que esto suceda.

Una revolución liberal es un acuerdo para el desarrollo, no un acuerdo para el crecimiento y la rentabilidad. Eso es del siglo pasado.

Escucho las ofertas de los políticos y todo es transitorio y cortoplacista, cuando en realidad hace falta modelar el país. Y en esto está el compromiso de un estado sólido que preste un servicio público real, y el compromiso del empresario de optimizar la competitividad en busca de la genuina generación de riqueza.

De nada sirve que los políticos hablen de la felicidad y en realidad hay sufrimiento. Hablamos de la salud y el compromiso por administrarla de parte del estado es ínfimo. Hablamos de transparencia y el sistema financiero genera cada vez más rehenes endeudados. Nadie hace nada por la gente común, la avaricia y la ferocidad son las emociones destructivas que dirigen las decisiones. Eso genera la peor rebeldía, y el espacio para el relato adolescente de cambiar sin saber que cambiar.

El compromiso político-empresarial, ese espacio de poder responsable de la satisfacción, debe comenzar con un replanteo cultural. Eso es una revolución liberal. No un discurso. No la supervivencia del más fuerte.

Un país liberal es equitativo, es libre pensante, es un espacio para conversar sin temor a las jerarquías, un lugar para desarrollarse económica y socialmente sin trabas, pero con responsabilidad social. Un país dónde conducir no es mandar, sino guiar.

Un país dónde alguno de los poderosos, tenga la capacidad de ceder. Eso será lo que expulse el fantasma de la peor rebeldía y la transforme en energía positiva para la transformación reflejada en la innovación, en la evolución social y en el desarrollo económico.

Solo se necesita un liderazgo acorde al siglo XXI. Difícil, pero posible.

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