La respiración artificial de la DC

5 de Agosto 2017 Columnas

La Democracia Cristiana estuvo esta semana con muerte cerebral, pero logró sortear el episodio crítico. Carolina Goic decidió seguir adelante con su candidatura, y en torno al moribundo volvieron las esperanzas de un futuro mejor. Es muy dudoso que los remedios homeopáticos resuelvan el problema, pero al menos la respiración artificial le mantiene los signos vitales. Y para un partido cuyos fundadores al menos profesaban profundas convicciones religiosas, un milagro es posible. Tal como le ocurrió a Lázaro en Betania. Tal como le ocurrió al hijo de la viuda de Naín.

Si Carolina Goic hubiera declinado su candidatura el mismo sábado tras la junta, o si el jueves hubiera anunciado que ya no iba por más, el partido simplemente se habría quebrado. No había tiempo para levantar otras candidaturas. No había ganas de buscar nuevos acuerdos. No había posibilidad de recurrir a los Castillo Velasco para soplar las últimas brasas de la fraternidad.

Pero Carolina Goic decidió seguir adelante, y salvó la situación. El único problema es que la salvó solo por poco tiempo. Porque el sentido unitario ya está terminado y porque los milagros no existen.

La Democracia Cristiana tiene dos problemas que son insalvables. Uno es de contexto y el otro es de realidad.

El contexto le juega en contra. Las democracias cristianas en el mundo surgieron en el siglo XX como una tercera vía entre el capitalismo y el marxismo. Ahí se cobijó la doctrina social de la Iglesia, el modelo de cooperativas, la conciencia social y el conservadurismo moral. Fue una época en que el centro no solo tenía forma, sino que también tenía una doctrina común.

Pero terminado el antagonismo real, el centro -si bien no ha desaparecido- ya no es representable bajo una misma doctrina. El centro político se ha transformado más bien en una expresión espacial de un grupo mayoritario de personas que anhelan gradualidad, que se aleja de los extremos, pero que no es posible de aunar bajo un mismo paragua político.

El segundo problema de la DC es inherente a ella. La DC tiene una profunda divergencia entre su militancia, que es mucho más de izquierda, con sus votantes que son más de derecha. Ello explica por qué en 1993 su votación de diputados alcanzó los 1.827.373 y en 2013 los 965.364. De ese millón de votos perdidos, una pequeña parte se fue a la abstención, otra pequeña parte a la izquierda y una gran mayoría a la derecha. Y para complicar más el problema, su dirigencia está dividida en dos mitades: los que levantan la flecha con la derecha y los que levantan la flecha con la izquierda.

Existe un tercer problema, que es su dicotomía con el contexto internacional. Los partidos demócratas cristianos en el mundo son partidos de centro o centroderecha, alejados del socialismo, desconfiados de la izquierda y enemigos del comunismo. En Chile han circulando con la chapa democratacristiana, pero -especialmente después de pactar con el Partido Comunista- han bailado un ritmo completamente distinto a la de su casa matriz.

Algunos se dan cuenta de esta situación, pero es paradójico que la mayoría haya apoyado hacer un pacto con la Izquierda Ciudadana y el MAS, dos partidos que en votos no existen, pero que en doctrina están a la izquierda de la izquierda. Lo paradójico es que se esgrimió como razón que solo era una alianza político-electoral, que no significaba un acuerdo programático. ¿Y por qué no hacerlo con Ciudadanos? No. En ese caso no era posible, porque Ciudadanos es de derecha. ¿En qué quedamos? ¿Importa o no la ideología para los pactos? ¿La DC está más cerca de los Velasco o de los Navarro (aunque este ya no esté en el partido)?

Hoy existe un grupo (Burgos, Aylwin, Martínez, Pérez Yoma y otros) que se dan cuenta del problema. Son los que insistieron en bajarse de la retroexcavadora. Son los que impulsaron a Goic para deshacer un matrimonio que nunca debió existir. Son los que se dan cuenta de que el camino propio es lo único que puede servir. Y son los que están dispuestos a beberse la cicuta para poner fin a los 60 años del partido que hemos conocido hasta ahora.

Si no se produce ahora la división de la DC, el partido terminará de morir en algunos años más. Si, por el contrario, se produce en el corto plazo, la muerte será autoinfligida. Es decir, en ambos casos, la existencia actual es insostenible. Es el cuchillo del poema de Rubén Darío: si se lo quitas, se muere; si se lo dejas, lo mata.

Sin embargo, si opta por el camino propio de centro, lo que quede de la DC recuperará al menos la coherencia y normalizará la relación con los partidos democratacristianos del mundo. Y quién sabe: tal vez del árbol caído surge un renoval poderoso…

Contenido relacionado

Redes Sociales

Instagram