La radicalización doméstica

24 de Mayo 2017 Columnas Noticias

El terrorismo islámico se superó a sí mismo propinando uno de sus golpes más bajos: una bomba en un concierto de niñas y adolescentes. Manchester es una ciudad dura pero oscila entre la incredulidad y el horror.

Se multiplican los llamados a extremar medidas de seguridad, lo que corona el objetivo de los cobardes: obligarnos al miedo como forma de vida.

El fanático suicida no es un refugiado sirio, sino nacido y criado en Manchester en el seno de la comunidad libia residente. Lo mismo respecto del asesino de Westminster que aterrorizó Londres hace unos meses: nacido Adrián Russell, se cambió de nombre a Khalid Masood después de convertirse al Islam. Es decir, el problema de seguridad no parece estar en la inmigración -como alega la derecha que empujó el Brexit- sino en la radicalización doméstica. Desde hace un tiempo que el gobierno británico implementa programas para prevenir la radicalización en las escuelas y las comunidades musulmanas. Sin embargo, algo no está resultando.

Donald Trump entregó una clave. Señaló que los terroristas no merecían ser calificados de monstruos sino de perdedores (losers). Son perdedores porque fallaron en la tarea de integrarse a la sociedad. Esto no implica desconocer el nexo entre violencia y fanatismo musulmán. Pero sugiere que el problema no se circunscribe al exceso de fe, sino que se extiende al exceso de antagonismo social. No es un niño integrado quien saca una pistola en un colegio de Estados Unidos para acribillar a sus compañeros, así como no es un ganador un tipo de 22 que se vuela en mil pedazos para yacer con setenta vírgenes.

La yihad se alimenta del odio que corroe al perdedor. Se nutre de su resentimiento. Le provee una narrativa sobrenatural. Produce como resultado un cóctel de pólvora y sangre. Por eso es inoficioso discutir sobre nuevas medidas de seguridad, si mañana los perdedores van a rellenar de dinamita a Peppa Pig, tal como es infructuoso seguir debatiendo si el Corán incita a la violencia, pues siempre habrá perdedores disponibles para interpretarlo como grito de guerra. El verdadero problema es que no sabemos qué hacer con los perdedores.

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