La moral de la turba

21 de Agosto 2017 Columnas

Me cuentan que el pastor Soto fue uno de los expositores ante el Tribunal Constitucional que debe decidir sobre la procedencia jurídica de la recientemente aprobada ley de aborto en tres causales. Está bien, me digo: todos tienen derecho a voz.

Aunque me preocupa -por razones prácticas- la inexistencia de filtro. Si pudo intervenir el pastor Soto cualquiera puede ir y hacer perder el tiempo de los jueces constitucionales.

Mucho más me preocupan las agresiones que sufrieron el ministro del tribunal Domingo Hernández y el diputado y presidenciable José Antonio Kast pues revelan la incapacidad sistémica de ciertos grupos para entender las reglas democráticas.

Como representante de un mundo ultraconservador, Kast se sitúa a distancia sideral de mi propio pensamiento. Pero más que sus ideas, me repugna la posibilidad de vivir en una sociedad donde no tenga derecho a promoverlas por miedo a ser víctima de violencia.

La moral de la turba es el credo del matonaje, incompatible con el respeto básico que exige la convivencia democrática. A nuestros adversarios hay que vencerlos con votos y argumentos no con piedras ni escupitajos. No quiero militar en ninguna causa que reivindique lo segundo como método legítimo de expresión.

Otro tanto con el pobre ministro Hernández, perseguido a cartelazo limpio por un piquete a favor del proyecto del gobierno incluidas banderas del Partido Comunista. Es irónica la ignorancia de los manifestantes: Hernández se cuenta entre los liberales del TC. Su voto ratificaría la constitucionalidad del proyecto.

Probablemente lo agredieron solo por integrar una institución que -a juicio de la turba- no debería existir. Pero no tiene sentido ético ni político aporrear al jurisconsulto Hernández por aquello, quien cumple con desempeñar el cargo con la dignidad que corresponde. Si esos violentistas son mis compañeros de ruta en la defensa del proyecto, me avergüenzan más que las escenas de señoras tristes velando guaguas inexistentes. Me avergüenzan más que los predicadores enajenados. De ellos no espero mucho más. Pero de quienes han luchado por conseguir un piso civilizatorio básico en los derechos reproductivos de la mujer, espero un poco más.

Así lo entendió Miles Chile -quizás el principal grupo de activistas al respecto-, que también condenó la agresión a Hernández.

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