La historia trágica del puerto: ¿un sino de Valparaíso?

9 de Enero 2017 Columnas Noticias

La semana pasada tenía preparada una columna sobre el dramático incendio que afectó a Valparaíso el primero de enero de 1953 y que dejó tras su paso cincuenta muertos, siendo 36 de ellos mártires del cuerpo de bomberos. Sin embargo, con el fantasma del mega incendio del 2014, me pareció de mal gusto iniciar el año recordando otra tragedia, cuando la mayoría de las personas está dedicada a repartir abrazos y desearse buena suerte.

A pesar de mis buenas intenciones, la historia se repitió y 222 familias del puerto, en vez de celebrar la llegada del nuevo año, tuvieron que sufrir el drama de ver cómo se esfumaba todo lo que tenían. Frente a esta realidad, resulta inevitable caer en la tentación de pensar que las tragedias son parte del destino del puerto.

Revisando su historia, Benjamín Vicuña Mackenna fecha en el mes de noviembre de 1683 el primer caso de incendio que haya sido datado en la ciudad de Valparaíso. En esa oportunidad, la bodega de un tal Alonso Ortiz de Azara quedó reducida a cenizas. Sin embargo, las autoridades, en vez de consolar al damnificado, pidieron una investigación para saber qué había ocurrido, generando un manto de duda frente a la supuesta desgracia. Todavía no existían bomberos, grifos ni tampoco seguros, pero los miembros del Cabildo sabían que tras un incendio se podían ocultar muchas cosas.

A inicios del siglo siguiente, el mismo Vicuña Mackenna describe un panorama natural de Valparaíso bastante diferente al que se observa hoy en día en los cerros. Da cuenta de quebradas con densas arboledas esparcidas en grupos: “Allí una coposa higuera dando su sombra a un cortijo; más allá un grupo de agrestes almendros; en los perfiles lejanos alguna palma real, respetada todavía en esos años por el hacha, y en todas partes el aromático culén y el delicioso floripondio, esos dos príncipes indígenas de la flora valparadísea (sic), que lloran hoy su injusto olvido y su perdido cetro”.

La imagen idílica de Vicuña Mackenna contrastaba con la descripción que hacía del plan: una aldea sucia, pajiza, desigual, respecto de la cual el mismo escritor no escatimaba adjetivos negativos para retratar una realidad que no pareciera ser muy distinta a la que vemos ahora.

A medida que el puerto fue creciendo, aumentó su población y edificaciones y el riesgo de incendios fue haciéndose cada vez mayor, en especial, por la pérdida de fauna nativa en los cerros y porque en el plan los precarios sistemas de iluminación y calefacción eran un constante factor de riesgo en el siglo XIX e inicios de la siguiente centuria.

Frente a esta amenaza y después de un incendio que acabó con una serie de edificios a mediados del siglo XIX, El Mercurio de Valparaíso cumplió un rol protagónico manifestando en sus páginas la necesidad de contar con cuerpo de bomberos dedicado al combate del fuego.

Gracias a este impulso, el 30 de junio de 1851 se formaron las primeras compañías conformadas por cuerpos de voluntarios, quienes en menos de diez días tuvieron su primera misión frente al incendio de un vapor que estaba en el puerto.

Luego siguieron otras catástrofes, algunas por la acción del hombre, como el bombardeo de Valparaíso realizado por la Escuadra española hace 150 años, y otros por culpa de la naturaleza, como el terremoto y posterior incendio de 1906, cuyas víctimas se estimaron en tres mil personas.

Desastres posteriores como los descritos al comienzo, tienden a hacernos creer que la historia del puerto iría de la mano con la tragedia. Lo cierto es que a veces es más cómodo imaginar la desgracia como un sino de Valparaíso respecto del cual no habría mucho que hacer.

No obstante, y a pesar de que los desastres naturales son inevitables, los países desarrollados han demostrado que pueden ser prevenidos o su impacto aminorado, siempre y cuando se actúe de forma organizada y responsable, educando y distribuyendo de forma correcta los recursos.

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