Este domingo tendremos la oportunidad de participar en una nueva versión del día del patrimonio, una idea magnífica que ha producido beneficios imposibles de medir. Muchos lugares de acceso restringido abrirán sus puestas, ofreciendo la oportunidad de ver y conocer ejemplos notables de arquitectura, además de obras artísticas y diversos testimonios de nuestro pasado. Para muchos se ha convertido en una tradición conocer algún hito patrimonial o revisitar algún edificio o museo ya conocido. 

Junto con animar a todos a buscar el lugar que conocerán este año, me gustaría sugerir una alternativa distinta. Invite a su familia o a sus amigos a convertirse, por un día, en expedicionarios del patrimonio, en arqueólogos urbanos. Salga a descubrir aquellos bienes culturales que los especialistas aún no han descubierto, clasificado, ni estudiado. Su celular lo proveerá de todo lo necesario: cámara fotográfica, brújula, mapas y cuaderno de notas.  

El año pasado, por ejemplo, caminando por Ñuñoa me encontré con dos sorpresas en la misma calle. La primera fue un precioso chalet, propiedad de un conocido periodista de la plaza que en ese momento regaba el pasto de la calle. El segundo hallazgo fue una de las casas más extrañas que me ha tocado ver, una expresión muy particular de arquitectura art decó de los años treinta. Por respeto no fotografíe la casa del periodista, pero la otra, como estaba abandonada, fue sometida a un registro completísimo. 

Lo más importante, si se anima a seguir mi consejo, es que evite definir un objetivo preciso. Más bien, salga por ahí a ver que se encuentra. Le asegura que se va a sorprender, salvo que usted tenga esa capacidad atrofiada. Sin duda, deberá definir un área, un cuadrante, un barrio. Luego, déjese llevar por su instinto o por ideas vagas, jamás por ideas claras y distintas. Lo mejor que le puede pasar es perderse, no saber exactamente donde está ni a donde se dirige. Cuando eso ocurra puede estar a punto de dar en el blanco.