Enemigo íntimo

27 de Junio 2017 Columnas

Fue el talón de Aquiles de su pasada administración: una visible carencia de sensibilidad política que, entre otras cosas, impidió calibrar la significación histórica (y también traumática) que tendría el primer gobierno de derecha desde el retorno de la democracia. Ello derivó en un diseño político volcado de manera casi exclusiva a problemas de gestión, que terminó siendo arrastrado por la polarización desplegada por sus opositores y condujo finalmente a su sector a la peor derrota electoral en décadas.

Las recientes dificultades tienen sin duda un trasfondo distinto, pero van en la misma dirección: Sebastián Piñera no logra evitar autogoles absurdos, derivados de expresiones inconvenientes, constantes desatinos y bromas de mal gusto. Sin ir más lejos, hace un par de semanas decidió opinar sobre el caso de los micrófonos en la Sofofa, señalando que tenía antecedentes -que nunca mostró-, sobre un supuesto ‘lío amoroso’. Debió luego rectificar sus dichos, igual como ahora tuvo que salir a pedir disculpas por un chiste que no solo complicó a sus partidarios, sino que resultó un inestimable ‘regalo’ para sus contendores.

Las interrogantes que volvió a exponer este nuevo traspié son obvias: ¿Cómo puede un candidato presidencial, con una trayectoria política que incluye su paso por la primera magistratura, cometer errores verdaderamente infantiles? ¿Qué zonas de su intrincada personalidad lo llevan a exponerse una y otra vez a desaciertos en el límite de lo autodestructivo? Son preguntas cuyas respuestas no se encuentran en la lógica política, sino en esferas mucho más complejas e insondables. Con todo, es evidente que esta enigmática incontinencia tiene efectos políticos, que desnudan una preocupante falta de sintonía y lo develan esclavo de una dimensión íntima aparentemente incontrolable.

En rigor, esta dificultad crónica para conectarse con el sentido común y para ajustarse a él, se han confirmado como su principal debilidad, un factor que contribuye como ningún otro a desvirtuar sus esfuerzos de posicionamiento público. Y en un contexto donde precisamente lo que está en juego es la confianza, esta extraña tendencia a caer en las trampas que él mismo se pone, quedando de paso expuesto frente a todos los demás, sólo contribuyen a crear incertidumbre respecto a su criterio político y estabilidad emocional. Así, en una contienda presidencial ya difícil, y donde todas las señales auguran un resultado estrecho, Sebastián Piñera aparece otra vez exhibiendo una delicada incapacidad para neutralizar a su enemigo interno, algo que ni todo el equipo que lo acompaña parece poder realizar. Al final del día, resulta un poco insólito comprobar que su real adversario no es el que tiene al frente intentando derrotarlo electoralmente, sino el que habita en un rincón de sí mismo, en ese reducto de su naturaleza que lo obliga a tropezar una y mil veces.

En definitiva, el exmandatario está hoy frente a una encrucijada decisiva: o acepta que no encabeza las encuestas por ser simpático y cercano, o escoge mostrarse tal cual es a riesgo de tirar su opción presidencial por la borda. La verdad es que en el Chile actual buenos humoristas sobran; lo que está siendo cada día más difícil de encontrar es un presidente de la República que esté a la altura de los enormes desafíos que el país deberá abordar en el futuro.

 

 

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