El relato de Piñera

10 de Febrero 2018 Columnas

El gobierno de Piñera se apresta a debutar. Falta solo un mes para que ingrese por la calle Pedro Montt a un nuevo intercambio de bandas con Bachelet.
Al Presidente electo se le ve entusiasmado. Así se desprende al menos al ver las fotos que nos llegan de Lago Ranco. Reuniones, cabalgatas y partidos de fútbol dan cuenta de que si bien la palabra 24/7 no será pronunciada, seguirá siendo el estandarte de su nuevo gobierno.
La pregunta de fondo es a qué vuelve Piñera. O dicho de otra forma, cuál es el mandato que le dio la ciudadanía en las recientes elecciones. Y la respuesta no es obvia.
Solo es claramente identificable el mandato en crecimiento económico. Ese es su piso. Si el crecimiento no llega, sea culpa de quien sea, lo demás es música.
Pero del resto es más incierto.
Algunos han creído, o han querido creer, que los chilenos se convencieron de las bondades que representa la derecha. La libertad de emprender, el orden, el conservadurismo moral. Es decir, se trataría de una deliberación racional en favor de un ideario.
La realidad, sin embargo, parece ser distinta y más dura. Si bien una parte votó a favor de lo que representa la derecha, otra parte importante decidió votar en contra de la montonera que representaba la Nueva Mayoría y desconfió de Guillier como líder político.
Piñera sin embargo ha decidido anclarse en la derecha. A diferencia de lo que ocurrió en su primer gabinete, esta vez no quiso dar una señal de apertura hacia el centro. Pese a que lo pudo hacer mucho más fácilmente que la otra vez, sin tener que recurrir a operaciones poco estéticas como las que se hicieron con Ravinet.
Es cierto que no parecía posible pensar en que un grupo importante de la ex Concertación cruzara el río, pero al menos pudo haberse acercado a la orilla. Nada de eso mostró la conformación del nuevo gabinete, donde se mezclan viejos amigos, antiguos políticos y el grupo de confianza de siempre.
La instalación de Gerardo Varela en Educación y de Isabel Plá en el Ministerio de la Mujer es la más clara señal de que esto no se trata de acercar orillas. Que esto es, más bien, sin llorar.
Si la señal dada en la conformación del gabinete se ratifica en las próximas decisiones parece claro que han triunfado aquellos que han querido darle un relato a Piñera desde el ideario de derecha. Sin complejos.
Y si bien es legítimo, es riesgoso.
Por una parte, quienes “votaron en contra de Guillier” son un electorado especialmente volátil, algo que como advertía Maquiavelo es una característica propia de los pueblos. Serán los primeros que, ante cualquier eventualidad, darán un paso al costado en el apoyo al nuevo gobierno.
Por otra parte, Piñera parece renunciar a la opción de mover los ejes de la derecha en Chile y renovarla con menos conservadurismo moral, menos dogmatismo económico y menos temerosidad política. Se desechan así las señales dadas en la campaña en torno a la “unidad nacional” o a la figura de Patricio Aylwin. Las cosas son como son, “guste a quien le guste”.
Paradójicamente es la misma reflexión que hizo Bachelet en su segundo gobierno. Enterrar de una vez los consensos y pararse desde su propia cancha. Ello entusiasmó a muchos seguidores y algunos se excitaron tanto que terminaron enarbolando la retroexcavadora.
Aquí es probable que ocurra lo mismo. Algunos ya se entusiasman con partir eliminando el “todos y todas” y otros añoran con llegar hasta la eliminación de las tres causales. Sería salvar a Chile y salvar a sus almas.
Piñera debe convencerse de lo riesgoso que es anclarse en la trinchera ideológica. Si bien su trayectoria política ha sido el pragmatismo, hay muchas fuerzas que lo están tirando hacia ello. No se trata de gobernar sin ideario. Se trata de darse cuenta de que una gran parte del país no está para aventuras pronunciadas, ni de derechas ni de izquierdas. Y de al menos recordar que, como dice el Gatopardo, para mantener ciertas cosas hay que necesariamente cambiarlas.

Publicado en El Mercurio.

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