¿El candidato Trump se comerá al presidente Trump?

10 de Noviembre 2016 Noticias

Todavía estoy de duelo. Soy de aquellos que considera que la victoria de Donald Trump es la peor noticia del ámbito político en mucho tiempo. Como tantos subestimé en un comienzo lo que parecía una propuesta jocosa. Luego, me asombré con la relativa facilidad con la cual se quedó con la primaria republicana. Después, como millones, sufrí con su estilo narciso, ignorante, mentiroso y matón. Me sorprendió que su nula capacidad de articular un relato ideológico coherente -más allá de repetir que volvería a “hacer grande” a Estados Unidos pasara absolutamente colada. Ya estaba vacunado cuando las emprendió contra minorías religiosas e inmigrantes. Incluso cuando festinó con evadir impuestos. En la recta final, estaba seguro que su machismo descarado y abusador lo haría caer. No pasó. Quizás sea cierto que le dio voz a gigantescas capas de la población que se cansaron de los políticos de siempre, del progresismo liberal, del vértigo de la globalización, de los tiempos modernos. Quizás sea cierto que las elites políticas tienen que aprender a procesar mejor ese descontento. Pero eso no quita que Trump pareciera un candidato dispuesto a auto-sabotearse a cada paso del camino, como si se tratase de la parodia que le dedicó la serie South Park.

Y aun así, ganó.

Me cuesta escribir esto, pero el hombre -a su particular manera-  un prodigio. Demos vuelta la página. ¿Puede ser un gobierno de Donald Trump igual de grotesco que su campaña? Los optimistas abrigan la secreta esperanza de que lo peor ya pasó. Que ahora se inaugura una etapa naturalmente distinta. Que ahora vienen los tiempos de la conciliación. Es una tesis razonable. A fin de cuentas, esta es la campaña más cruenta que el gigante del norte haya visto en mucho tiempo. Las heridas son profundas y no son pocas. Una encuesta reciente muestra que la mitad de los republicanos cree que el país estaría en riesgo en un gobierno demócrata, y la mitad de los demócratas piensa lo mismo de los republicanos.

Es bastante para un país donde hace poco daba un poco lo mismo quien gobernaba. Trump tiene como primera misión suavizar esa polarización.

¿Y luego? El peor escenario es un niño caprichoso en el Salón Oval. Es decir, un presidente ansioso por probar sus juguetes y destruir los delicados equilibrios del mundo. A mí me aterra que el tipo ni siquiera acepta el cambio climático y por tanto no prestará colaboración en los esfuerzos titánicos que se requieren para salvar el planeta. El mejor es que la suya sea una presidencia típicamente conservadora que navegue gracias al buen juicio de sus asesores. Es decir, la esperanza no es que Trump sea un gran presidente -sería milagroso- sino que no sea uno terrible. La verdad es que nadie tiene muchas certezas de lo que viene.

Por un lado, porque pocos se pusieron en este escenario salvo con el morbo con que imaginamos una distopía. Por el otro, porque el propio Trump fue manifiestamente inconsistente durante su campaña. Lo que decía un día lo desdecía la semana siguiente. Si las circunstancias lo ameritaban daba marcha atrás. A cada público le daba un caramelo distinto. Irónicamente, a esa inconsistencia nos aferramos.

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