El arte de gobernar

2 de Febrero 2016 Noticias

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Uno de los comentarios más recurrentes de políticos y analistas es que el actual gobierno ha obrado con excesiva desprolijidad en una serie de episodios que pudieron manejarse mejor. Episodios como el vilipendiado viaje de Bachelet a la Araucanía –que pudo hacerse de forma distinta- o como el anuncio de restricciones a los periodistas que se sumen a las giras presidenciales –que pudo explicarse forma distinta- son ejemplos de esta desprolijidad. Es decir, no se trata de una crítica a la dirección ideológica de las reformas ni al contenido sustantivo del programa sino a la manera en que los equipos de gobierno han realizado su tarea. Independiente del juicio que oficialistas y opositores tengan del fondo, ambos parecen coincidir en un cuestionamiento general a la forma. En síntesis, el segundo mandato de Michelle Bachelet estaría marcado por una administración políticamente torpe.

Lo mismo se dijo, al menos al comienzo, del gobierno de Sebastián Piñera. Se hablaba de los “errores no forzados” de La Moneda: aquellos problemas que se creaban por desaguisados internos antes que por aciertos del adversario. Piñera tuvo que recurrir a los viejos cracks de la derecha (Longueira, Chadwick, Allamand, Matthei) para subsanar el déficit político de su conducción. Aun así, quedó la sensación que los resultados en materia de políticas públicas fueron comparativamente mejores a los resultados en materia de percepción puramente política.

Los gobiernos anteriores, en cambio, gozaron de la reputación contraria. De Ricardo Lagos se dijo que su talón de Aquiles fueron las políticas públicas, pero no la política. Su equipo de navegación –que incluía a José Miguel Insulza y Francisco Vidal- no cometía errores infantiles y salía jugando cuando se presentaban dificultades. El primer mandato de Bachelet partió cojeando pero terminó percibiendo los beneficios de un manejo político aceitado.

¿Qué hace que un gobierno sea mejor que otro en términos de destreza política? ¿La calidad de los asesores del segundo piso? ¿La experiencia de los ministros? ¿La muñeca del presidente? ¿La coordinación táctica? Quizás un poco de todas las anteriores. Lo claro es que gobernar se parece más a un arte que a una ciencia. No existe una metodología infalible ni una receta a prueba de incendios. No basta con leer a Maquiavelo o a Sun Tzu. Gobernar es navegar en aguas turbulentas y  muchas veces se requieren cambios de estrategia sobre la marcha. Al gobierno le quedan dos años: ¿podrán sus artistas mejorar la actuación?

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