Derecha liberal como proyecto político

23 de Febrero 2017 Columnas Noticias

Felipe Kast, candidato presidencial de Evópoli, ha sido el primero en presentar sus propuestas programáticas a través de un documento en el que participaron más de 100 personas coordinadas por el Centro de Estudios Horizontal.

De sello liberal, éstas ponen al individuo al centro, defendiendo la libertad para que las personas construyan sus diversos proyectos vitales. Ese mismo sello hace que se reivindique el valor del mérito, el esfuerzo, la diversidad y la inclusión, así como de una sociedad civil vigorosa para que lo público no sea monopolio de lo estatal. En lo económico, el emprendimiento, el libre mercado y la competencia. Y en lo social, un sistema de protección social robusto que, con énfasis en los más desfavorecidos, promueva capacidades habilitantes exigentes para el ejercicio de la libertad.

Este ideario liberal es novedoso dentro de una derecha que, declarándose partidaria de una “sociedad libre”, es desconfiada y paternalista respecto de la libertad en otros planos distintos del económico. Es tal vez esa ruptura con la tradición de la derecha lo que se critica desde miradas más conservadoras. 
Así, por ejemplo, Daniel Mansuy ha sugerido que una agenda liberal, “que da cuenta de la condición humana desde premisas individuales” sería insuficiente para un proyecto político ya que chocaría con la noción de comunidad política. Creemos que esta visión es equivocada.

A menos que se considere a la comunidad anterior al individuo, el individualismo -que en su dimensión política es la protección de derechos y libertades individuales- no implica, en caso alguno, negar lo colectivo. Es a partir de la individualidad que se funda toda expresión asociativa. Esa es la base de la sociedad civil que, como advirtiera Tocqueville, debe su existencia y desarrollo a las “voluntades individuales”.

En sociedades abiertas, plurales y dinámicas, el énfasis en la libertad individual es una respuesta política respetuosa de la dignidad y de la incansable iniciativa humana. Es cierto que esto puede entrar en tensión con la tradición, la comunidad o la idea de nación. Pero la pregunta políticamente relevante no es cómo asfixiar esas tensiones, sino cómo procesar adecuadamente las demandas propias de la modernidad. La respuesta conservadora y comunitarista, opta por conculcar libertades individuales sin más expresión de causa que una constructivista y particular definición de “vida buena”.

Un ejemplo de esta tensión se advierte en la discusión sobre la familia. Se critica a las propuestas liberales de Kast por ser neutrales respecto a la natalidad, como también por apoyar un matrimonio igualitario fundado en la igualdad ante la ley y la libertad de elegir. Pero precisamente porque se trata de decisiones que pertenecen a la intimidad, no creemos que deba ser el Estado quién defina con quienes se casan las personas o si deben tener más o menos hijos.

Todo proyecto político serio está llamado a enfrentar cuestionamientos y, ciertamente, uno liberal no es la excepción. Con todo creemos que, desde la derecha, un proyecto liberal no solo es posible, sino también necesario para las demandas de un Chile inserto en la modernidad y para aportar ideas al sector. Y es que, al final del día, como bien planteara Mill, en la diversidad de opiniones hay valor. En este caso, valor político.

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