De debate, poco

8 de Noviembre 2017 Columnas

Ya se ha vuelto común esperar los debates presidenciales con algo de morbo. Nos hemos acostumbrado a esperar actos efectistas o de simple mala educación; desde las monedas de Alejandro Navarro hasta las acusaciones criminales de ME-O sobre Alejandro Guillier. El debate del lunes fue una demostración de eso; pero, a la vez, de las posiciones relativas que ocupan en las encuestas. Sebastián Piñera, si bien criticado ideológicamente, cedió su puesto de principal objeto de crítica al candidato del pacto Fuerza de Mayoría. Es claro que ya es básicamente inatacable a quince días de las elecciones, mientras que la posición de segundo, con su paso a segunda vuelta, se ve aún como una opción lejana, pero posible para algunos de los postulantes a La Moneda. Fue en ese grupo, de los aspirantes con alrededor de 5%, que se vio la mayor virulencia. Guillier realmente debe estar preguntándose si una aventura así vale la pena.

El perfil del segundo grupo es variopinto; Kast dejó de atacar a Piñera para hacerlo también con Guillier. Necesita dejar clara su plataforma ideológica, cuando su punto de “sacar a la izquierda de la segunda vuelta” ya se vuelve poco realista; Carolina Goic, quizás con el programa más desarrollado, aprovechó de poner ese elemento en evidencia, mientras que Marco Enríquez-Ominami insistió en su perfil agresivo; sin responder a lo que se le preguntaba, desarrolló un verdadero guión de posicionamiento ideológico en relación a la candidatura de Guillier.

El contraste de esta nueva aproximación con la anterior, en que buscaba una mirada cooperativa con la Fuerza de Mayoría, es impresionante, pero al menos le consigue una cobertura de prensa que su 5% difícilmente amerita.

Finalmente, tenemos a los candidatos “del medio por ciento”. Navarro estuvo más contenido, mientras que Artés nuevamente sacó su batería sesentera, con una propuesta de sedición al amenazar con “el pueblo” al Congreso, de eventualmente ganar, para conseguir imponer un tono legislativo. El Chavismo se queda corto para alguien que ya reivindicó a Robespierre como elemento natural de una violencia políticamente aceptable.

Quizás en Latinoamérica se pueda considerar normal un espectáculo así, pero claramente hay que preguntarse si los medios deben dar presencia y estatura nacional a líderes que no sólo carecen de apoyo razonable. Las posiciones de los dos mencionados están varias veces dentro del margen de error y sólo algo de morbo puede justificar continuar dando atención a lo que claramente son propuestas delirantes en una democracia del siglo XXI

Lo que nos deja, por tanto, el debate, fue más bien una serie de entrevistas paralelas, donde es difícil considerar que haya cambios relevantes de apreciación, y un espectáculo que quizás Anatel y las demás organizaciones de medios deberían de meditar si es razonable repetir el mismo esquema.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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