Ayer y Hoy: En torno a una herida abierta

17 de Abril 2017 Noticias

Amin Maalouf, en Identidades Asesinas, afirma que una parte importante de los problemas que en la actualidad afectan al mundo islámico no proceden tanto de la religión, sino que más bien habría que situarlos como parte de un proceso mayor, vinculado a la intromisión y ocupación, por parte de las potencias occidentales, de los territorios de medio oriente, así como al desarrollo de la posterior descolonización.

Lo anterior da cuenta de un fenómeno que se extiende en la larga duración histórica ya que parte de los problemas que hoy aquejan al medio oriente musulmán, pasan por una política permanente de intervención directa e indirecta del mundo occidental. Y aunque, si bien, no es la única causa, esta marca un punto de inflexión en unas dinámicas complejas que ya venían desarrollándose desde el siglo XIII de nuestra era. No es casualidad, por ejemplo, que pasajes importantes de la obra de Ibn Jaldún se dediquen a cuestionar duramente las formas políticas que gradualmente manifestaba el mundo árabe islámico, particularmente en el Magreb.  

La historiografía suele referirse a este siglo como aquel en el cual se comienza a evidenciar una crisis al interior del mundo musulmán, que involucra muchos aspectos, tanto económicos, territoriales, institucionales, a los cuales se suman querellas religiosas, manifestadas en posturas e imposturas; todo lo anterior pareciera catalizar bajo el dominio de los Turcos Otomanos en los siglos que siguen. El mudo árabe-musulmán resiente este hecho y las recriminaciones mutuas, entre Turcos y Árabes, no se harán esperar, ambos son culpables de los pesares del otro. En cierto sentido, el control turco de la civilización del islam marca, particularmente desde el siglo XIV en adelante, una nueva etapa en la reconfiguración del Oriente Medio musulmán. Así además, es justamente bajo el control de los otomanos, y especialmente desde comienzos del siglo XIX, que la influencia occidental se transforma en un factor de cambio definitivo en diversas esferas de la vida política y cultural de los territorios a los cuales hacemos mención.

El Imperio Turco tendrá una época de gloria que se extenderá por doscientos años, sin embargo, desde el siglo XVIII su situación, en cuanto potencia regional, se comienza a hacer más compleja. Los propios avances europeos amenazaran las fronteras del imperio, en un proceso que incorporará la lenta contracción de las mismas. En ese escenario, la expansión europea se consolida y tiene como manifestación el paulatino proceso de instalación de sus potencias en variados territorios del orbe. Es así que, por primera vez en la historia, y considerando particularmente la expansión ultramarina europea iniciada a fines del siglo XV, podemos comenzar a hablar con autoridad de los novedosos efectos de la globalización. Por cierto, los dominios del islam no escaparán a dicha situación.

Por otra parte, es interesante percatarse, que este complejo proceso histórico ha llevado a ciertas líneas historiográficas a plantear que, de la mano de una serie de instituciones políticas, culturales y económicas, Occidente asumió un rol protagónico en el desarrollo histórico, no sólo de Europa, sino que además de diversas civilizaciones orientales. El hecho es que hacia fines del siglo XVIII, la presencia francesa e inglesa se hará parte de este entramado. Lo anterior, generará un cambio radical en relación a unas nuevas estructuras políticas y culturales que se impondrán frente a una tradición existente, pero, que a la vez, serán el origen de profundos cambios que alterarán el desarrollo de las sociedades de acogida, provocando una compleja coyuntura en un escenario cuyas particularidades nunca serán comprendidas del todo por los nuevos colonizadores. 

La presencia de las potencias europeas traerá consigo la incorporación de nuevas ideas, que encontrarán un eco importante en la elite debido al malestar presente entre las comunidades árabes que ven en los turcos una amenaza a su identidad. Paradógicamente, éstas no han enfrentado la posibilidad de desprenderse de este dominio porque hay algo fundamental que los une, su matriz islámica. En este escenario, la “modernidad” que trae aparejada el colonizador facilitará el surgimiento de diversas perspectivas, principalmente políticas, que tendrán una importante manifestación en el mundo árabo-islámico. Sin embargo, desde la llegada de Napoleón a Egipto, se manifiesta una incorporación paulatina de los adelantos de occidente; la ciencia y tecnología europea se entenderán como un aporte revolucionario, pero a la vez, algunos intelectuales verán aquí un “espejismo” más que una realidad, aunque este no será el tono general.

Son más los que se obnubilarán como al- Tahtawi, enviado a Paris como jefe de una misión científica en 1826, quien dará cuenta de todo lo que ve a su alrededor, llegando a afirmar: ¡Que la patria sea el lugar de nuestra felicidad que nosotros construiremos con libertad, el pensamiento y la fábrica! Ese eco modernizador tendrá en Mohamed Alí (1805-1848) a un gran aliado, para el caso egipcio. Este realizará una serie de reformas de carácter material que intentarán establecer un puente hacia el “progreso”. Es posible además que la tensión permanente entre Egipto y los otomanos haya profundizado la vinculación de El Cairo con las potencias europeas ya presentes en Oriente Medio. No debemos olvidar, por lo mismo, que la complejidad de los procesos históricos se explica de forma mucho más clara cuando ponemos atención sobre una multiplicidad de factores más que sólo en hitos aislados. Por su parte, el colonizador pronto desarrollará un cierto paternalismo presente, por una parte, en la declaración de la Conferencia de Berlín de 1885 donde se establece, entre otras cosas que “las potencias deben velar por instruir a indígenas y hacerles comprender  y apreciar las ventajas de la civilización “; y, por otra parte, en el desarrollo de una matriz ligada a un cierto exotismo, que tendrá su corolario en esa mirada “orientalizante” de la que luego dará cuenta la construcción intelectual de E. Said. Es, en esos contextos, la denominada ‘Europa de los nacionalismos’ la que comienza a tensionar ideológicamente el escenario político, económico y cultural que terminará por reconfigurar el sentido geopolítico de Oriente Medio contemporáneo, particularmente durante las primeras décadas del siglo XX.

Las nuevas ideas relacionadas con la identidad, irán de la mano con un proceso de auto reconocimiento y afirmación que se hará palmario en el renacer de la identidad árabe, la cual ya se había manifestado, de forma soterrada, con anterioridad. Ahora más evidente, se hará presente bajo la fórmula de la Nahda, ese “renacimiento” árabe que se entroncará con el desarrollo de una identidad nacional, cuya proyección tendrá consecuencias hasta bien entrado el siglo pasado.  

De la misma forma, y coetáneamente, el desarrollo de un movimiento de protesta interno se hará realidad a partir del rechazo a la dominación extranjera y el desarrollo de las ideas nacionalistas que invadirán la prensa y los medios de difusión. Ese movimiento al que nos referimos, planteará que la solución en torno a los problemas que aquejan al mundo árabe no es la adopción de unos modelos externos, sino que el fracaso es producto del desvío de la Ummah en torno a su recto camino, todo lo cual los ha alejado de aquella promesa relacionada con ser “la mejor comunidad”. Por lo tanto, para ellos el proceso de reforma pasa por mirarse a sí mismos y encontrar en el islam los fundamentos de la identidad, recuperando un discurso religioso que volcará sus esfuerzos a establecer un gobierno que hunda sus raíces en los fundamentos de lo propiamente islámico. En ese marco se comprende el nacimiento de los Hermanos Musulmanes, fundado por Hasan al-Banna en 1928. En Egipto, y en medio de las protestas sociales en contra de la presencia británica que intentaba consolidar un control político-económico a partir de la construcción del canal de Suez, la narrativa islamista egipcia se proyecta como una reacción ideológica frente a un sinnúmero de influencias foráneas que atentaban contra un proyecto histórico esencialmente integrista.

Esta dicotomía entre ambas visiones, coexistirá con altos y bajos, sobre todo entrando en la década de los cincuenta del siglo XX, cuando finalmente las ideas ligadas a la identidad nacional se impongan, en época de Nasser, al discurso propugnado por los Hermanos Musulmanes, los cuales terminarán siendo proscritos, tal como hoy en día, y sus dirigentes encarcelados, desarrollándose distintas vertientes al interior de los mismos, con una profundización y complejización de su discurso a partir del pensamiento de Sayyid Qutb (1906-1966).

Sin embargo, no todo este complejo entramado tiene causas internas, sino que hay una serie de hechos que van catalizando y acelerando estas coyunturas. La dominación extranjera impondrá unos modelos, y aún más, supondrá promesas que nunca llegarían a cumplirse. Lo anterior, pondrá en juego los frágiles equilibrios existentes en medio oriente, todo lo cual se verá influenciado y acelerado por la decisión de Turquía en aliarse al bando alemán durante la primera guerra mundial. Esto supondrá su entrada de lleno en aquella conflagración que pondría a prueba, ahora de forma definitiva, la configuración geopolítica mantenida, de forma precaria, por el ya debilitado califato turco-otomano. Así entonces, Francia en Inglaterra estarán interesados en hacerse de medio oriente, dejando de lado las promesas de independencia regional y nacional hechas a los árabes, particularmente en relación al establecimiento de un gran reino que se extendería por gran parte de los territorios en cuestión.

Por el contrario, y en especial a partir del tratado Sykes-Picot de 1916, el reparto territorial dejaría en nada esas aspiraciones e incluso aquellos que habían colaborado, como Faisal, terminaron siendo marginados de toda esta situación. Todo esto coadyuvará al desarrollo de un discurso antioccidental que calará profundo en un grupo importante de reformistas, quienes verán tanto en esta situación, como en el posterior desarrollo del Estado de Israel -que representa el nudo gordiano de las tensiones y distensiones de la zona, así como la base para la profundización y complejización de su discurso- la semilla de diversas reivindicaciones sociales.    

El proceso de descolonización dejó sumido a esta región en una difícil situación, el desarrollo de corrientes de carácter nacionalista y laico deberá coexistir con la protesta ligada a al reconocimiento de una identidad propiamente musulmana, a lo cual habría que sumar el paulatino arrinconamiento de las minorías cristianas que allí viven y que son parte de la compleja identidad. Hoy, iglesias como la copta, la nestoriana y la siriaca, entre otras, sufren, como una de las tantas víctimas de este tortuoso proceso, las consecuencias de este complejo entramado político y cultural.

El escenario es hoy muy complejo y lo seguirá siendo por tiempo largo. Son muchas las coyunturas, los problemas, las esperanzas, las reivindicaciones y los discursos que conviven en una zona de profunda densidad histórica. Sin embargo, aunque no podemos achacar todos los problemas a occidente, porque que hay una serie de problemáticas internas que allí están presentes, sí es posible afirmar que una parte esencial de los mismos tienen su génesis en esa permanente intervención. Sin duda, el reconocimiento de una importante diversidad de discursos cuyo origen es más bien ideológico que religioso, permite comprender los conflictos tratados a partir de un sinnúmero de visiones reaccionarias. Como la mayoría de las veces los intereses políticos se antepusieron al interés por el conocimiento del “otro”, y en este caso, como en muchos otros, la historia está allí para corroborarlo.

*Columna escrita junto a Ignacio Morales.

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