Afinando la puntería

31 de Diciembre 2017 Columnas

En este último día del año 2017 conviene repasar ciertos momentos intelectuales que han marcado nuestro acontecer político. Las ideas, como solía recordarnos Jean Paul Sartre, son pistolas cargadas. Y así como la política es vacía sin ideas, resulta evidente que las ideas son ciegas sin política.

Durante el año 2013, El Otro Modelo generó una euforia local sólo comparable al éxito internacional del polémico Capital in the Twenty-First Century, de Thomas Piketty. Ese mismo año, Michelle Bachelet renunciaba a la ONU para regresar a Chile como candidata presidencial y líder indiscutida de la Nueva Mayoría. En marzo del 2014 asumía su mandato después de un resultado abrumador. La agenda política, alimentada por una visión más bien pesimista de nuestra realidad, casi no enfrentaba obstáculos. La reforma tributaria partió con un inolvidable fast track. En educación, con el eslogan del fin al lucro, la situación parecía marchar al unísono de las protestas estudiantiles. La reforma laboral ignoró los grandes desafíos del siglo XXI, la inteligencia artificial y la robótica. Y ahora, al final de su gobierno, la Presidenta Bachelet, después de desayunar con el presidente electo, prometió enviar el proyecto para una nueva Constitución. No podían quedar dudas ni cabos sueltos de su legado.

Aunque es cierto que había mucho que mejorar y corregir, las iniciativas políticas se maceraron y condimentaron sobre una crítica al “modelo”. En efecto, a pocos días de asumir la Presidenta, en marzo de 2014, el senador Quintana, vocero de la Nueva Mayoría, anunciaba: “Nosotros no vamos a pasar una aplanadora, vamos a poner aquí una retroexcavadora, porque hay que destruir los cimientos anquilosados del modelo neoliberal de la dictadura”. En agosto de 2014, quizá con mayor entusiasmo que evidencia empírica, Guido Girardi declaraba: “Hay muchos que son nostálgicos de la vieja Concertación y el statu quo y de mantener el país como el más desigual del planeta”. Y en enero de 2015 tuvimos una visita estelar. El economista del momento, Thomas Piketty, dictaba una charla magistral en el Salón de Honor de la Universidad de Chile. Acompañado del ministro de Hacienda, Alberto Arenas, Piketty nos alertaba: “Encontramos mucha hipocresía entre la élite para justificar un nivel extremo de desigualdad”. Fueron años de efervescencia intelectual, de sueños, proyectos y, por sobre todo, críticas. El paradigma ideológico en gran parte se construyó sobre una crítica moral a lo que se había logrado.

Inundados por una suerte de pesimismo crítico, algunos dudábamos. Quizá no estábamos tan mal. A lo mejor los últimos 30 años no habían sido esa pesadilla de abusos, trampas y acuerdos mañosos. Tal vez la vapuleada tesis del malestar no era tan simple ni unidireccional. Y tampoco tan excepcional y única como algunos intelectuales creían.

Para ayudarnos a responder estas inquietudes, en su provocativo libro Lo que el dinero sí puede comprar, el rector Carlos Peña analiza el proceso de modernización capitalista. El título del libro es un juego de palabras con el best seller de Michael Sandel Lo que el dinero no puede comprar, la inspiración detrás de El Otro Modelo. Pero Sandel es una excusa para un objetivo mucho más ambicioso: comprender lo que ha sucedido en Chile a la luz de una razón crítica. El libro se pasea por las ideas de diversos autores, apuntando siempre a desmenuzar nuestra realidad, una realidad distinta a aquella que inspira a los evangelizadores de una nueva política. El libro es, en definitiva, un antídoto contra el fanatismo casi religioso de los que sitúan a la política -o su política- en un altar.

Si bien Peña analiza el fenómeno moderno del capitalismo, durante el siglo XVIII, antes de la Revolución Industrial, ya habían surgido las dos corrientes que siguen marcando el debate: la influencia de Rousseau (Ilustración Francesa) y la de David Hume y Adam Smith (Ilustración Escocesa). En 1750, Jean-Jacques Rousseau saltó a la fama con el premio de la Academia de Dijon a su ensayo Discurso sobre las ciencias y las artes. Con una pluma envidiable, plantea que el progreso corrompe al hombre y a la sociedad. Su segundo discurso acerca del “Origen de la Desigualdad” no ganó el premio de la Academia, pero fue publicado en 1755 y generó mucho impacto. Rousseau argumenta que los problemas de la sociedad comenzaron cuando alguien dijo “esto es mío”. Su llamado es a recuperar la romántica idea del “buen salvaje”, aquel estado donde todos éramos iguales y felices. Voltaire, después de leerlo, le envía una carta notable. Le confiesa que le dieron ganas de “volver a caminar en cuatro patas”, y con su habitual y aguda ironía, remata diciéndole que él ya estaba demasiado viejo para eso (tenía 80 años).

En Escocia, después de la unión con Inglaterra en 1707, surgieron una serie de brillantes intelectuales y científicos, entre ellos David Hume y Adam Smith. Ambos eran más bien escépticos. No creían en el buen salvaje de Rousseau. Tampoco en su republicanismo desatado. Al contrario, veían una sociedad formada por hombres de carne y hueso, cada uno movido por el genuino deseo de mejorar. También desconfiaban de los fanáticos, religiosos y dogmáticos. Pensaban que el intercambio y la competencia eran símbolos de cooperación. Por eso combatían los abusos de los monopolios y del mercantilismo. Hasta las religiones debían competir. Y si bien promovían cambios, eran pragmáticos y realistas. En definitiva, creían en la libertad de las personas y en la importancia de la justicia y del progreso.

En estas elecciones el romanticismo de Rousseau inspiró a muchos jóvenes chilenos, pero no logró convencer a una poderosa clase media que es cada día más liberal. El resultado refleja la porfiada realidad de un Chile sensato y moderado, con ciudadanos cada vez más exigentes, independientes y autónomos, que valoran ese liberalismo humano que promovían David Hume y Adam Smith.

A fin de cuentas, nuestra realidad no parecía ser tan negativa como algunos de los intelectuales e ideólogos supusieron. Chile vive las luces y sombras del crecimiento económico. Y es evidente que debemos superar la mirada más reduccionista de los Chicago Boys. Hoy vivimos en una sociedad liberal en un sentido amplio. Una sociedad que necesita más Word que Excel, como nos recordó Gonzalo Blumel. Por eso, el gran desafío del próximo gobierno es la segunda transición que propuso Alejandro Foxley. Pero este desafío exige un cambio cultural de la centroderecha, sin olvidar que las verdaderas balas no son de plata, sino de ideas.

Publicado en La Tercera.

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