Actitudes sexistas

15 de Diciembre 2016 Noticias

¿Tienen las mujeres razón para enojarse por el episodio de la muñeca inflable en el evento de Asexma, si en años anteriores se han regalado indios picaros y nadie ha dicho ni pío? ¿Qué ocurriría si en la premiación de una organización femenina se entregara un consolador a la galardonada, para que “endurezca” su posición en un determinado tema? ¿Sería este acto rechazado por la ciudadanía por constituir una práctica igualmente sexista? ¿Es, finalmente, igual de reprochable ser feminista que machista? Sin intención de ser grave, hay algo problemático en tratar de igualar todas estas circunstancias. Partamos por la última. Aunque suenan fonéticamente simétricas, machismo y feminismo no son posiciones normativamente equivalentes. Una persona machista expresa -por la palabra o la acción- una cierta visión jerárquica acerca de los roles que cada género debe ocupar, donde los hombres están en una situación de superioridad. Eso es básicamente lo que hizo el gremio exportador en su fiesta: redujo a la mujer a su condición de proveedora de placer sexual.

El feminismo, por su parte, es la teoría que sostiene que hombres y mujeres son iguales. Quizás el término indique otra cosa, pero eso significa. También es posible que existan ciertas variantes del discurso feminista que deriven en la promoción de un modelo matriarcal donde los hombres son actores secundarios pero esa variante es marginal.

No vale usar la caricatura para describir la corriente central. El machismo es indeseable como valor en una sociedad que aspira a la igualdad democrática. El feminismo, en cambio debiese ser patrimonio común.

¿Y qué pasa con el consolador? En efecto, los hombres también pueden ser reducidos a su dimensión puramente sexual.

Si lo entendemos como concepto abstracto y neutral, actitudes sexistas pueden registrarse en desmedro de cualquier género. Pero las prácticas que esos conceptos expresan están situadas en un contexto cultural e histórico determinado. En el nuestro, son las mujeres las que sistemáticamente sufren de cosificación. No estamos ni cerca de poder establecer un parámetro de comparación significativo.

Por tanto, es absolutamente entendible que el episodio de la muñeca movilice rechazo, pues subraya grotescamente el patrón de opresión. Mientras tanto, una situación similar con un consolador podría pasar -incluso- por graciosa.

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