A fuego lento

17 de Octubre 2016 Noticias

La estridencia de Donald Trump y su estela de escándalos ha opacado lo que siempre es muy interesante de ver en las elecciones presidenciales norteamericanas: la nitidez con que se discute sobre hasta dónde el Estado debe meterse a decidir la vida de las personas. Hace algunos días, en una visita a Chile, la destacada economista Deirdre McCloskey usó una interesante frase para describir lo que Hillary Clinton, la candidata a la que todos critican más suavemente gracias a su contrincante, representa para su país: “Va a ser una socialista lenta”. Regulaciones por aquí, más protección social por allá. Nada drástico que espante, como las declaraciones de inmigración de Trump, pero todo va sumándose. McCloskey nos llama la atención sobre el camino paulatino, pero no por eso menos negativo para los países cuando todo lo tiene que solucionar el Estado.

Nada más cercano a lo que estamos viviendo hoy por estos lados. Este respiro que ha tenido el actual Gobierno -los llamados “brotes verdes” en economía, las encuestas negativas que detuvieron su caída y al fin algo de clima electoral de las municipales- esconde una agenda pública que clama por regulaciones, prohibiciones y legislaciones ante cualquier problema. El agua, la educación y la salud se mejorarán, dicen con convicción, cuando el mercado salga y deje entrar al Estado. Basta con escuchar los discursos de los candidatos a alcaldes y concejales… hasta prometen que lograrán que los vecinos se lleven bien gracias a sus futuras gestiones. Y mientras se clama por funcionarios públicos que lo solucionen todo, las decisiones de estos amenazan la vida de los menores en riesgo social y de la calidad y credibilidad de la democracia debido a bases de datos de electores erróneas. ¿Por qué creemos que si fallan en esos aspectos de primera relevancia para el país podrán hacerlo mejor en todo lo otro? ¿Por qué pensamos que un ministerio que no es capaz de ser un refugio para niños muy vulnerables podrá hacerlo bien en aspectos menos críticos de nuestra vida en sociedad? Y mientras dejamos pasar esa pregunta, vamos construyendo un socialismo a fuego lento, poniendo ladrillos chicos y vigas a un esquema que difícilmente podremos desarmar cuando nos ahogue.

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